El menú de Flora.

 Psychotria Tomentosa
—¿Me puede decir cuándo le vio por última vez? —preguntó desde el salón a la mujer que se encontraba en la cocina.

Dick Paterson, policía de Arkadia, había acudido al domicilio de la señora Ramsey, porque quince días antes, había denunciado la desaparición de su marido.  El policía intentaba establecer el momento en el que la mujer había perdido todo contacto con él. Debía averiguar, además, si había habido algún tipo de discusión entre la pareja, alguna amenaza sobre pedir el divorcio, o si estaban implicadas terceras personas. Por experiencia, Paterson sabía que la mayoría de las desapariciones de maridos en los alrededores, casi siempre  se debían a alguna rubia despampanante. Sobre todo, si el hombre en cuestión tenía dinero, como era el caso.


El ayudante del sheriff miró alrededor, lo más llamativo de aquel insulso lugar era una planta que se encontraba en uno de los  rincones, debajo de una claraboya. La luz debía gustarle mucho porque la planta llegaba al techo y ocupaba casi un cuarto del total de la sala. A él, sin embargo, le incomodaba bastante. De vez en cuando oía el ruido de las hojas, como si las moviera el viento, pero allí no corría un soplo de aire. Le dio la sensación de que le estaba observando. «¡Es una tonteria!, las plantas no hacen esas cosas», se dijo intentando no parecer estúpido.  
—Perdone, que le haya dejado solo, pero es la hora de la comida de mi Flora —contestó la señora Ramsey que volvía de la cocina con una fiambrera—. Se pone nerviosa si no le doy su ración diaria. ¿Qué me preguntaba?...

—Por su marido —dijo impaciente. Quería salir de allí cuanto antes.

 —¡Ah sí, ya sé! Mi pobre marido falta hace un mes.  Me dijo que iba a visitar a su madre a Tuscaloosa. Le llamé un par de veces y aunque me aseguró que todo estaba bien, me sonó raro. Hace quince días  que no contesta al móvil  y mi suegra me ha dicho que no ha aparecido por allí. No miento.  ¿Le traigo la factura del teléfono, para corroborar las fechas?

Paterson observó a la mujer: tenía la tez macilenta y su mirada era escurridiza. No sabía por qué, pero no acababa de gustarle. Conocía al señor Ramsey y le alababa el gusto si el hombre hubiera decidido huir y dejarla. A pesar de que le habían preguntado muchas veces en el bar de Joe de dónde había sacado a su esposa,  cuando apareció con ella después de un viaje al norte, él  eludía la respuesta y solía decir que tenía una deuda con ella.

—No hace falta, señora. Ya lo he verificado  en comisaría antes de venir. Entonces, ¿hace un mes que no le ve?

La mujer abrió la fiambrera. Dentro, carne agusanada y con olor a podrido consiguió que Paterson se echara hacia atrás.

—¡¿Qué es eso?, qué asco!, —le increpó tapándose los orificios nasales y la boca con la manga de la gabardina.

—Es su comida —respondió ella, señalando a la enorme planta. —Le gusta la carne un poco pasada.

El policía cerró la libreta deprisa. Quería marcharse antes de que las nauseas se convirtieran en vómitos y dejara perdido el suelo de la casa.

—Con esto tengo bastante, ya hablaremos otro día cuando sepa algo más. Adiós, señora.

               Al volverse hacia la salida sintió una punzada en la espalda y después otra y otra. El dolor le hizo doblar las rodillas  y con los ojos desorbitados vio a la mujer delante de él con un enorme cuchillo cuya hoja llevaba la dirección de su pecho. Después de un par de segundos, la vida desapareció de ellos y su cuerpo quedó tendido en el suelo.

—Lo siento, no le dije que Flora solo come cabritos y el último se me está acabando.


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