El castigo.


Cementerio de Campo de Criptana - José Manuel Cañas Reíllo (2003)

     Pedro, con muchas copas de más, y después de hablar con la médium que se le acercó en el Pub  de Santi’s,  tomó una decisión: haría lo que fuese necesario para arreglar la situación.  La mujer había contactado con Ruth y le traía un mensaje: su novia le pedía ayuda. Llevaba dos días bebiendo sin parar, no es que antes no lo hiciera, pero desde la muerte de Ruth, se sentía mal y era incapaz de retomar su vida. Aquella joven espiritista había comprendido  que fue un accidente y con su ayuda podría poner el punto final a la condena que se había impuesto.

     Trastabillando salió del local. Era noche cerrada. La luna se escondía detrás de nubes negras  y, aunque las farolas estaban encendidas, una ligera neblina ocultaba su brillo. Después de conseguir en su casa lo que necesitaba, Pedro se dirigió a su destino.

     
     —¡Me cago en...! Tendré que saltar –protestó con la lengua estropajosa mirando a través de la verja de hierro que le cortaba el paso.

     Tambaleante,  sacó del bolsillo de la cazadora una botella de tequila y le dio un buen sorbo. Luchando por no perder la estabilidad, lanzó los objetos que llevaba a través de la valla y con mucho trabajo trepó y cayó de bruces al otro lado. Antes de levantarse bebió otro largo trago.

     Encendió una  linterna. El silencio imperaba en el lugar, solo se oía el crujido de sus pasos sobre la hojarasca.
     —Shhhh…, tío, no hagas… ruido –. Se dijo con risa nerviosa.

     Apenas le quedaba una hora antes de que la medianoche envolviera todo con su manto mágico. Sintió un escalofrío.  Agarró con fuerza la pala que llevaba y se puso a cavar. Después de un rato, por fin, oyó un sonido diferente. Había golpeado en la madera. Paró un instante contemplando la fosa abierta, y con torpeza fue retirando la tierra hasta que la caja quedó al descubierto. Se sentó sobre ella y tomó el último trago para darse valor. Arrojó la botella vacía por encima del agujero que fue a estrellarse contra una lápida.

     —Necesito otro trago, cariño,  pero primero vamos a terminar con esto y después nos vamos juntos de juerga –gruñó mientras abría el féretro.

     Dentro, aún intacto, estaba el cadáver de su novia; la habían enterrado el día anterior.

     —¡Fue un accidente! Bebimos, pero si aquel mal nacido no se hubiera cruzado…—exclamó por enésima vez.

     Sacó el cadáver y lo colocó al lado de la caja. Se tumbó en el interior y con manos temblorosas sujetó la linterna—Va a funcionar, cariño, yo te salvaré —dijo sintiéndose aún confuso–. Ahora a esperar a la medianoche como indicó la médium. Ella me dio tu recado, nena: quieres que te salve, y aquí estoy… siguiendo sus instrucciones ¡Todo por mi Ruth!—terminó casi gritando.

     Cuando sonó la primera campanada de la media noche en el reloj de la iglesia, Pedro comenzó a leer el texto en alto, vacilante, ya que la linterna no dejaba de moverse en sus temblorosas manos.

     —“Quédate con mi alma… e infunde vida a la que está a mi lado… Recibe mi cuerpo durante un instante…, para compensar la deuda… Que así sea”–terminó de recitar con el último repique. —¡Vaya chorrada! —profirió, tirando la linterna enfadado y maldiciendo a la mujer que le había engañado.
Bebedora - Tolouse Lautrec


     En ese instante, un sonido de pisadas sobre la tierra le previno que no estaba solo.  
—Ruth, ¿eres tú?, ¿estás…viva ya?

     Una luz le deslumbró. Fue a levantarse pero un pie cayó sobre su pecho con fuerza.

     —No tan rápido –gruñó una voz –creo que no has entendido como funciona el hechizo. El hombre soltó una carcajada que sonó a locura –mi sobrina ha realizado un excelente trabajo. Hacerse pasar por médium fue un puntazo –siguió riendo.

     Le reconoció con la primera palabra que salió de sus labios y comenzó a entender que aquello iba en serio. El miedo mitigó los efectos de la borrachera.

     —Lo siento…, señor. Fue un… accidente– dijo intranquilo. La linterna se apagó. —Sintió que levantaba el pie y pudo respirar. “Solo era una broma,” pensó más sereno—. Sabía que lo entendería —rió más tranquilo.

     La luz volvió solo para que Pedro viera como el cuerpo de Ruth  caía sobre él. Gritó intentando salir, pero un golpe seco cerró la tapa de la caja.

     —No, no lo entiendo –dijo el hombre— Pegabas a mi hija y la convertiste en una alcohólica. Dejó de lado a la familia por ti. Ahora os tendréis el uno al otro para toda la eternidad. Descansad en paz.

     Mientras las paladas de tierra caían sobre el féretro, Pedro gritó desesperado, pero sabía que nadie le oiría.


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