Un domingo diferente
Nota: El nombre del partido no es casual. Mi hijo
me recrimina porque nunca le saco en mis historias, así que como se llama José
María, decidí nombrarle, y además en mayúsculas. Espero, que si hay
simpatizante de los partidos mayoritarios, no se sientan aludidos.
Me había levantado tarde como cada domingo, y me preparé uno de esos desayunos que a todos nos gusta disfrutar de vez en cuando, y que no lo hacemos por falta de tiempo, por la dieta o por el colesterol. Ya sabéis a qué me refiero: dos huevos fritos con chorizo, un par de lonchas de panceta ahumada, zumo de naranja, café con tostada y un trozo de tarta de manzana. Pensé que esa ingente cantidad de calorías sería suficiente para pasar el día sin probar un bocado más.
Cuando
terminé de recoger la cocina, me serví otra taza de café y me fui al porche
trasero, dispuesto a leer la prensa. Era mi lugar favorito para pasar las
mañanas. Estaba acristalado, y en días invernales como hoy, contemplar la
lluvia era relajante. Más allá, el mar gris y espumoso rompía con furia sobre
la playa.
Abrí el
periódico por la sección de política. Como alcalde del J.O.S.E. (Junta social
obrera española) de un pequeño pueblo del sur, donde cariñosamente le llamaban
el PEPE, me preocupaba que mi partido se viera involucrado en algún asunto
turbio. Me asaltó un titular a toda página: " Julio Cabrera, presidente
del J.O.S.E. y escritor de fama mundial, ha sido detenido por orden del juez
Campos". Más abajo leía con asombro que le habían descubierto cobros de comisiones ilegales, y cuentas no
declaradas en Suiza y en otros paraísos fiscales. Desglosaban su brillante
figura como escritor insigne, y la cantidad de premios recibidos en su carrera
literaria, que ahora se veía manchada por su gestión política.
Levanté la
vista y miré al exterior. La tormenta se había recrudecido y el estruendo de
las olas se dejaba oír, atravesando incluso los cristales de Climalit. Recordé
a mi amigo Francisco. Había sido mi compañero de pupitre durante nuestro
bachillerato y en la Facultad de Derecho. En aquellos momentos, él era un
insigne abogado de la clase dirigente, y yo no había ejercido nunca.
La hermana
de Francisco, Silvia, (en tiempos estuve enamorado de ella) se casó con un tal Gutiérrez, perteneciente a
una familia con dinero e influencia. Creía recordar que Francisco me había
contado, que una prima de su cuñado,
¿cómo se llamaba? ¿Carlota,..., Carla?,
o un nombre parecido, era la mujer de Manuel Cabrera, alcalde socialista de la
capital. Y este, a su vez, era el hermano y fundador de mi partido, Julio
Cabrera, al que acababan de detener.
Mi mente, en
poco tiempo, me había llevado por los vericuetos necesarios para establecer si
yo tenía algún tipo de relación con ese hombre, que pudiera salpicarme en mi
carrera política hacia ninguna parte, porque no pensaba moverme del pueblo.
Vivía demasiado bien.
En la temporada
estival, mi amigo Francisco solía venir a casa de sus padres. Nos reuníamos en
el casino, y charlábamos de tiempos pretéritos y de proyectos de futuro.
Gracias a él, me metí en la política municipal, y además, eligió por mí el
partido más conveniente para que pudiera llegar lejos. A mí me daba igual uno
que otro, pero como había leído bastante a Cabrera, me entusiasmaba la idea de
ser uno de sus adláteres, un compañero de aventuras, como en sus novelas,
escritas todas en primera persona. Supe más tarde, que Francisco también había
usado su influencia para que pudiera ser el cabeza de lista de mi agrupación.
En esas charlas de casino, fue cuando me enteré de su papel en mi elección como
alcalde. Nosotros no habíamos ganado, fuimos la segunda fuerza política por
detrás de los socialistas, pero debido a la relación que Francisco mantenía con
Manuel Cabrera, (un peso pesado del partido socialista), estos me habían dado
su apoyo. Desde entonces, mi vida
había cambiado.
De eso hacía
tres años, y las conversaciones ya no eran en los casinos. Mi amigo tenía ahora
un chalet a pie de playa, al lado del mío, gracias a mi intervención, y a la de
algunos amigos que hice por el camino, sobre todo empresarios importantes y
generosos. “Quid pro quo”, le dije cuando le entregué, a los dos meses de ser
alcalde, su licencia de obras, después de pasar por encima de los grupos
ecologistas que no eran más que un incordio.
Volví a mi
domingo, al festivo que tenía por delante. Cerré el periódico y lo dejé sobre
la mesita auxiliar. Di el último sorbo de café, ya frío, y puse la taza sobre
el diario. Eché un último vistazo al mar furioso, que lamía la arena comiéndole
cada vez más terreno, y después me dirigí al despacho. Encendí el ordenador y
esperé a que apareciera el Google. Teclee:
"¿Qué países no tienen tratado de extradición con
España?
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