La huida
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Tres generaciones de la pintora Andrea Galindo - http://andreagalindo-pintura.blogspot.com.es/ |
Este septiembre tenía todo planeado. Nada de trámites
escolares, nada de comprar ropa para otros, nada de médicos, nada de guardería…
Este septiembre era solo mío.
Puse la maleta encima de la cama y fui colocando en ella
todo lo que iba a necesitar: ropa cómoda para excursiones y vestidos más
formales para las cenas. Cuando acabé, apagué las luces y cerré la puerta de mi
casa. Era la primera vez que me marchaba sola de viaje, la primera vez que
había pensado en mí
—He tomado la
decisión correcta —me repetía mientras bajaba en el ascensor.
Al salir, me esperaba en la puerta el taxi que había
solicitado.
—Al aeropuerto, por favor —le dije al amable conductor que
se bajó a meter mi equipaje en el maletero.
—Claro. ¿Se va de vacaciones? —preguntó cuando se sentó tras
el volante—. Yo tuve quince días en julio y ya se me olvidó lo que se siente.
Ya necesito otras.
Sonreí al simpático taxista. Yo llevaba mucho tiempo sin
vacaciones. Las oficiales, los tres
meses de verano, los pasaba en el apartamento que tenemos en Sanxenxo: cocinando, lavando, barriendo… y un par de horas de playa haciendo castillos de arena a los niños. Esos habían
sido mis estíos desde que me casé, al principio con mis hijos y después con mis nietos.
Recordé la semana anterior, la última comida familiar. Todos
reunidos planificando septiembre, mi septiembre.
—Mamá, tienes que recoger a Nicolás de la guardería entre las tres y media y las cuatro —dijo Montse, mi
hija pequeña.
—Oye guapa, que la necesito para que recoja a Jaime y a
Patricia del colegio —oí a Mari Carmen, mi hija mayor, mientras yo daba vueltas
de la mesa a la cocina retirando platos y llenando el lavavajillas.
—Podemos apañarnos. Mira, a las tres recoge de la guardería a Nicolás y
después se va al colegio a por los tuyos. Total, solo está a tres manzanas y a
ella le hace falta moverse —sentenció Montse.
—Mamá, acuérdate que vendré a comer todos los días a las dos
y media. —Mi hijo Pablo removía el café
y veía la Formula 1 en la tele
mientras me hablaba. Él no había prestado atención a lo que habían dicho sus
hermanas.
—Patricia, ¿no estarás para prepararle la comida a tu
marido? —pregunté a mi nuera, que se dedicaba a escribir en el móvil sin
prestar atención al resto.
—No. Tengo jornada partida y comeré en un restaurante con
mis compañeros. No vuelvo a casa hasta
las cuatro.
—Pablo, cariño, ¿tú no puedes hacer como tu mujer y comer fuera?
—Mamá, ya sabes que a mí me gustan las comidas caseras.
Aquella tarde fue cuando tomé la decisión. A espaldas de mis
hijos,moví todo los hilos y preparé la escapada. Cuando se dieran cuenta de mi huida ya
estaría lejos.
Llegamos al aeropuerto y el taxista me dejó en salidas
nacionales.
Arrastrando la maleta, me presenté ante un hombre que
ostentaba un cartel en alto y se rodeaba de unas cuantas personas.
—Hola soy María Luisa Rodríguez Soto. Estoy en el viaje del
IMSERSO que va a Benidorm, ¿es aquí?
El hombre miró una tablilla dónde sujetaba un papel con una
lista de nombres.
—María Luisa, 70 años. Está usted apuntada ¿Ha traído su
tarjeta sanitaria y todas las prescripciones médicas y las alergias que padece?
—asentí y el muchacho continuó—. Bienvenida y felices vacaciones. Embarcaremos
dentro de veinte minutos.
Durante un instante me quedó un resto de culpabilidad por
haberme ido de la manera en que lo hice, pero se me pasó con la rapidez con la
que mi avión cogió velocidad en la pista de despegue. Llevaba veinte años viuda,
dedica a hijos, nietos, nueras y yernos. Ellos, a Dios gracias, tenían dinero
de sobra para canguros, restaurantes, hipotecas y coches de lujo. Era hora de
que yo también viviera un poco.
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