Arthur el Lobo

Marina - Ivanenko Mikhail Alexandrovich, 


La joven Elisabeth Trenton, hija del fallecido Lord Trenton y Lady Margaret FitzPatrich, condesa de Devonshire, miraba el paisaje que se divisaba desde la ventana de su habitación. Sobre el escritorio de teca se encontraba un blanco pergamino lleno de sentimientos e información, dispuesto para ser enviado. Las lágrimas corrían por su mejilla sin que ella hiciera nada por detenerlas. Indecisa, miró de nuevo la carta . ¿Debería mandarla y poner en peligro a su marido?, se preguntó una vez más.
 *****
Isla de Juan Fernández (las Galápagos), año de nuestro Señor de 1785.
Queridísima madre:
Sé por noticias que han llegado a mis oídos de la angustia que os embarga por mi rapto a manos de piratas. También, que habéis ofrecido una gran  fortuna por mi rescate. No hagáis tal cosa. Estoy bien y no necesito ser liberada.
Quizás hayáis oído hablar de las hazañas de Athur El Lobo, un pirata indomable que navega al mando del Neptuno, causando la ruina de quien se cruza en su camino. Debéis saber que él me salvó de las garras de un desalmado a quién conocéis bien: Stuart Madox, vuestro secretario.
Madre, cuidaos de él, es un ser perverso. Fue Madox quien me raptó, me embarcó en el Majestit e intentó coaccionarme para forzar nuestro enlace, el cual le era necesario para medrar en sociedad y hacerse con vuestro dinero. Me amenazó con mataros si no aceptaba. Su plan consistía en culpar a los piratas de mi secuestro y, después de un tiempo, devolverme como mi salvador. Yo no le delataría a cambio de vuestra vida y vos, en agradecimiento, le concederíais mi mano.
No pensó que se tropezaría con el Neptuno que abordó al Majestit, entablándose una lucha feroz. Al perder, el vengativo Stuart me arrojó al mar y estuve a punto de fallecer si no es porque Arthur se lanzó en pos mí, a las frías aguas del Atlántico, rescatándome de una muerte cierta. Una vez que me  salvó, estaba tan furioso con Madox, por su acto de cobardía, que lo hubiera ensartado con la espada, si no llego a interceder por él, suplicándole un perdón que no merecía, pero evité que Arthur tiñera sus manos de sangre. Después, le encerró en la bodega del Majestit, ordenando a la tripulación que pusieran rumbo a Inglaterra y que no le sacaran hasta llegar allí.
Arthur me trajo a su escondite en las Islas Galápagos. Al principio, me sentí asustada por el pirata, pero me trató con tanta cortesía y respeto que acabé enamorándome de él y hemos contraído matrimonio. Acepté su mano después de que me confesara que me amaba tanto que estaba dispuesto a renunciar a mí y mandarme de vuelta a Inglaterra si era lo que yo deseaba. Entended que lo he hecho siguiendo los dictados de mi corazón y por ello espero vuestro perdón y también vuestra bendición.
Mi esposo, a pesar de ser pirata, es caballeroso, gentil, dulce y será un extraordinario padre muy pronto, ya que estoy en estado de buena esperanza.
Querida madre no debéis sufrir por mí. Tal vez algún día pueda volver a casa y abrazaros de nuevo, aunque no creo cercana la fecha. Sabed que mi marido tiene puesto precio a su cabeza y no quiero perderle.
Hasta entonces me despido de vos.
Os quiere y os abraza vuestra hija Elisabeth
 *****
Arthur entró y las lágrimas que surcaban las mejillas de Elisabeth fueron secadas con un pañuelo de encaje.
—¿Qué os pasa, querida?—, preguntó el marido preocupado.
—Nada importante. Por fin me he decidido a escribir a mi madre y darle noticias mías.
Un viso de tristeza asomó a los ojos de la joven al pensar que su hijo nacería lejos de Inglaterra. Miró a su esposo. Era muy alto y guapo, de anchos hombros con los ojos del color del azúcar quemado. El cabello era espeso, lo recogía en una coleta atada con un lazo negro;  un mechón rebelde le caía sobre la frente. Su mandíbula cuadrada le daba apariencia de dureza, pero sus labios lo desmentían cuando la besaban.
Arthur la envolvió en sus brazos.
—Lisy, Lisy…no tenéis ni idea de cuánto os amo. Sabed que sois la única  que con solo un par de palabra podríais  destruirme. El pensar en perderos me aflige tanto que no podría sobrevivir sin vos.
Ella sabía que Arthur era todo lo que deseaba y no importaban las riquezas ni el lugar donde vivieran con tal de permanecer juntos. Si hiciera falta le acompañaría hasta la mismísima antesala de la muerte para no apartarme de él, reflexionó con tristeza.
—¿En qué piensa mi bella dama? —la miró con dulzura.
—En que os amo. Jamás me separaré de vos.
—Siempre estaré a vuestro lado —sonrió—. Ahora, dejemos las tristezas a un lado porque traigo noticias. —Señaló la carta—. Llegaremos a Inglaterra antes que esa misiva, a menos que decidáis entregarla en mano.
—¡No podéis! ¡Si volvemos os colgarán!—. Un miedo atroz invadió a Elisabeth— ¡Arthur, no lo permitiré!
—Tranquilizaos mi amada, no soy un pirata. Estáis ante el Duque de York, sobrino de Su Majestad.
—¡Dios mío! ¿Cómo es posible?
—Lisy, no podía decíroslo porque era secreto de estado. Por orden del rey Jorge IV me convertí en un corsario al servicio de la Corona. Todo este tiempo he luchado contra los enemigos de Inglaterra, sin desvelar mi identidad.
He recibido la orden de volver a casa. Perdonad todo lo que os he hecho pasar. ¿Dónde deseáis que nazca: En mi castillo de Valmoral o en el palacete de Londres.

—Nuestro hijo nacerá en Inglaterra. —fue lo único que consiguió decir antes de que un torrente de lágrimas inundara su hermoso rostro. Su marido la abrazó con ternura.

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