Castañas extranjeras. Una sonrisa, por favor...

— ¡A la rica castaña asá y calentita! ¡Espesial pa hoy! Ese grito se repetía una y otra vez. Los veraneantes intentaban adivinar de donde procedía, alucinados ante la posibilidad de que alguien estuviese asando castañas en pleno mes de agosto en la playa. La pequeña columna de humo al lado de las duchas evidenciaba que podía ser cierto. Un grupo de bañistas curiosos acudieron al paseo para verificar que era verdad y no se trataba de una broma. Allí, un par de mujeres entradas en carnes y entradas en años, ataviadas con batas floreadas, asaban castañas como si tal cosa. —Perdonen ¿de verdad son castañas? —preguntó un hombre embutido en un bañador que parecía una braga-faja y con grasa como para surtir de tocino a todos los cocidos madrileños durante un año.