Mala suerte.

Velero entre olas -Patricia Saavedra Sepúlveda


     Desde la playa de un islote desierto, Yanis Carambolos oteaba el horizonte. Su barco había naufragado la noche anterior y maldecía sobre su mala suerte.

     —¿Seré memo?¿Quién me mandaría salir a navegar con el temporal que vaticinaban los partes meteorológicos y además, sin tripulación. Todo por quedar bien con la rubia, ¡Dios la tenga en su seno y un tiburón en su vientre! —maldijo santiguándose tres veces.

     La pasada noche el yate en el que viajaba junto a Romina Latri, una italiana con la que llevaba saliendo unos meses, fue literalmente devorado por las olas y ahora yacía en el fondo del océano junto a la joven.


     Carambolos se había colocado el chaleco salvavidas, pero la operación de aumento de pecho que le había pagado a Romina y que según decía a todos le había había costado un riñón, no le permitió a la joven abrocharse el suyo y salió disparado con la primera embestida del mar, dejándola sin ningún tipo de protección y precariamente sujeta a la borda. El hombre la vio pero no se molestó en socorrerla.

     —¡Yanis ayúdame! —gritó la muchacha con desesperación.

     —¡Tranquila, seguro que con la silicona que te pusieron no te hundes!—le gritó para hacerse oír.

     Su pronóstico no se cumplió y la chica desapareció con la siguiente ola que arrasó la cubierta. Mientras que él fue a parar a la orilla de aquel farallón de mala muerte.

     Se miró en los bolsillos a ver que llevaba: una navaja multiusos, regalo de un amigo; un pañuelo blanco con sus iniciales bordadas en una esquina y por último su cartera.

     —¡Qué bien! Puede que encuentre un cajero en el tronco de un árbol o mejor, hasta es posible que haya un supermercado —se dijo sarcástico mirando el desolado entorno y pensando qué hacer con todo aquello.

    Más o menos intuía dónde había ido a parar, por la última posición del barco antes de hundirse. Se encontraba cerca de algunas de las rutas comerciales del Mediterráneo oriental.  Algunas veces, aquella cala era utilizada por los barcos privados para fondear y pasar el día.

     —Encenderé una hoguera frotando dos palos. Los trasatlánticos no lo verán, pero los yates pequeños que pasen cerca quizás vean el humo y vengan, siempre que no piensen que es una barbacoa, claro. Tal vez haya suerte —se dijo levantándose decidido.

     Abrió la navaja y miró a la solitaria palmera de unos tres metros y medio de alto, que era lo único que tenía a mano para prenderle fuego. Después echó un vistazo a la diminuta hoja de la herramienta, se lo pensó y abandonó el proyecto.

     —Bien podría haber invitado a McGuiver en vez de a la rubia, seguro que a estas alturas ya me habría construido una balsa —dijo sarcástico.

     Cabizbajo se sentó de nuevo en la playa.

     A unos cien metro apareció una embarcación que doblaba el islote. Se subió a unas rocas y gritó enarbolando el pañuelo. Al parecer le vieron porque los motores pararon y un fueraborda descendió al agua. Cuando llegó a la orilla, dos tripulantes árabes bajaron de ella.

     —¿Qué hace aquí? —preguntó uno de ellos sin más.

     —El barco en el que viajaba se hundió anoche con el temporal a unos mil metros y he acabado en esta playa.

A Carambolos no le gustó el aspecto que tenían y dudó sobre si informarles de quién era o guardar silencio y arriesgarse a esperar otro transporte. Al final se decidió a hablar.

     —Puedo pagar lo que me digáis—les dijo sacando la cartera del bolsillo y mostrándoles la documentación—. Soy Yanis Carambolos, el armador griego. Millonario.

el grito -edvard Munch

     Este comentario le supuso la subida a bordo de la lancha con más rapidez de lo que se tardó en que le quitaran la cartera y la navaja. Una vez que llegaron al costado del barco y le izaron a bordo se encontró con una tripulación armada hasta los dientes. Pensó que que no había sido una brillante idea comunicar su identidad cuando el capitán le expuso lo que había.

     —Señor Carambolos, pertenecemos al Frente Islámico de Liberación del Líbano. Cuando lleguemos a nuestro destino llamaremos a su esposa a fin de negociar un rescate. —Miró a su segundo y les señaló el interior de una escotilla—¡Átalo y mételo en la bodega!

     El armador griego en su fuero interno supo, sin lugar a dudas,  que era hombre muerto. Sabía a ciencia cierta que su mujer no pagaría ni una dracma por él. Le había pedido el divorcio una semana antes, aunque los papeles aún  sin firmar, descansaban en el interior del yate con muchas toneladas de agua encima.

     Un par de días más tarde sacaron a Yanis del barco y le metieron en un coche. Después de recorrer algunas arterias de Beirut, aparcaron delante de la puerta de un supermercado en una calle muy transitada y le dejaron atado al volante. Antes de marcharse, los secuestradores le advirtieron que no alertara de su situación porque alguien de su familia vendría a recogerle enseguida. Mientras esperaba, Carambolos leyó el tablón que anunciaban las ofertas del día.

    
50% de rebajas en frutas y verduras.

     Fueron sus últimas palabras. Un instante después el coche explotó acabando con él e hiriendo a algunas personas que tuvieron la mala suerte de pasar por allí.

     Yanis no se equivocó en nada. Su vida había durado muy poco y una de las más activas colaboradoras para que eso ocurriese había sido su cónyuge que pagó diez millones dólares para que la libraran de un acuerdo pre-nupcial muy poco productivo si se llevaba a cabo la separación.

    En todas las noticias se comentó el atentado contra el armador griego. Según la prensa había sido secuestrado en su yate cuando entrenaba para la siguiente regata  del Mediterráneo que se celebraría en fechas próximas en Turquía.

     De Romina Latri,  proveniente de una familia humilde, nunca se supo nada. Se había marchado de casa tiempo atrás. Ella nunca dio señales de vida a su gente y la familia jamás se preguntó cuál había sido su destino. 


    Es posible que la historia se reescribiera a medida de los intereses financieros de las grandes Compañías,  evitando  que se perjudicasen los mercados internacionales o simplemente una mujer despechada no dijo la verdad sobre la muerte de su marido...




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