Creación

Noche estrellada - Vicent van Gogh


Paisaje con nenúfares - Marisol García Rodríguez
Una noche de verano mirando al cielo mientras esperaba ver aparecer  las perseidas, contemplé millones de estrellas que titilaban sobre la cúpula celeste. Estas acompañaban a una blanca y enorme luna, en uno de esos días en los que se acercaba  más a la tierra y que daba la sensación de que se podría llegar a tocarla con solo levantar las manos. Me pregunté qué portento habría erigido tales maravillas. Supuse que debía haber sido alguien colosal, con unas enormes manos capaces de moldear todo aquel ingente universo.

Una mañana de paseo por el campo, me senté a la orilla de un precioso lago. Los nenúfares se deslizaban al compás de una suave brisa. Las verdes plantas que circundaban el agua se movían a un ritmo muy lento y los insectos que poblaban aquel pequeño universo vivían inmunes al amparo de un mundo que no sabía de subidas o bajadas de Mercados o de primas de riesgo. Intenté imaginar que ser extraordinariamente delicado había dado forma a todo aquello. Después de pensarlo decidí que tendría que haber sido alguien pequeño, capaz de moldear la pata de un diminuto insecto o una brizna de hierba.

Todas aquellas reflexiones opuestas me llevaron a especular sobre la naturaleza del Forjador. Debía ser grande y pequeño a la vez, fuerte y, al mismo tiempo, tierno y suave. Después de muchas vueltas, pasado un tiempo y a la vista algunas maravillosas obras del hombre, miré en mi interior y comprendí. El ser humano no era capaz de crear todo aquello, pero sí de imaginarlo. 

Tal vez fuimos los arquitectos del universo, aunque el encargo de la construcción se lo diésemos a una subcontrata.

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