Lágrimas en noches de luna llena.

Obra del pintor Horace Pippin.

Se acercó a la ventana abierta. La luna llena casi ocupaba todo el hueco y solo alguna estrella tenía cabida dentro del marco. La miró intentando no imaginar lo que la ciencia y el viaje espacial del Apolo XI le habían enseñado acerca de ella. Eso no era lo que un poeta necesitaba saber sobre el satélite. Sin embargo esa noche no conseguía sustraerse a los conocimientos y su imaginación chocaba una y otra contra el muro de la realidad.


Era el aniversario. El sufrimiento profundo que sentía no se había mitigado con el tiempo. Como cada año, intentaba arrancar del alma unos versos que fuesen una plegaría envuelta en el misterio de la noche. Quería sentir el dolor sin paliativos. Sin embargo solo conseguía ver a un astronauta

saltando desde la escalerilla de su nave y clavando un estandarte sobre la inmaculada superficie. Unas huellas dejadas por Armstrong que serían indelebles para siempre. Una bandera que no acusaría el paso del tiempo. Resultaba extraño pensarlo.

Levantó la copa mirando a aquella blanca y reluciente esfera. Los efectos indeseables de la casi terminada botella de vino se dejaron notar.

—Va por ti Neil, el capullo que se cargó la poesía.

Se la bebió de un trago y volvió a servirse otra, apurando lo que quedaba en el envase de vidrio que fue a estamparse contra una de las paredes del estudio.

—¿Por qué? —, se preguntó el poeta. —¿Por qué a él?

No hubo respuesta, nunca la había. Solo el silencio, solo el recuerdo borroso de un rostro sonriente. Ella ya no estaba.

Se acercó a la mesa, cogió la pluma y escribió a un corazón roto.


“Me recreo en el hecho irremediable de tu existencia,
te pienso en las cadencias olvidadas con aromas a otros tiempos.
Intuyéndote a mi lado, en mi camino hacia la nada.
Llorando en mis vigilias por el deseo de caricias compartidas,
y necesitándote pegado a mí, colmando mi esencia.

Me ahogo en el hecho irremediable de tu presencia,
suplicándote que me completes, uniendo tu cuerpo con el mío.
Deseando abrigarme en la alborada, arropado en ti.
Añorando el recuerdo de tu verbo, que silencias.
e imaginando la soledad de un mañana, sin querer pensar.

No me rindo ante el hecho irremediable de tu ausencia,
porque contigo, amada, es con quien quiero estar.”


—¡Vuelve…! —gritó al silencio de la noche ebrio de dolor.

Ni siquiera leyó su obra después de escribirla. Con furia, formó una bola con el pliego y la lanzó por la ventana. Después, desconsolado, se dejó caer sobre la mesa y lloró durante horas.

Obra del pintor David Alfaro Siqueiros
Abajo entre las sombras, una mujer recogió la hoja arrugada y la estiró. A la luz de una farola leyó los versos del poeta, aquel al que amaba desde siempre. Él jamás comprendería… Miró hacia la ventana y las lágrimas surcaban su rostro.

Triste y sola se marchó a su casa. Al llegar, guardó la página en una carpeta repleta de papeles arrugados, recogidos en noches de luna llena. La misma luna que había visto desaparecer a la musa del poeta. La mujer a la que iban dirigidos todos sus versos,… ELLA.






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