El orgullo de saberse.


Obra de Ingrid Tusell
La ató de pies y manos. Afiló el cuchillo que tenía por lengua y le repitió su cantinela de siempre.
—¡No eres nadie sin mí! ¡No existes! 
No se equivocaba. Pensó en las  personas que tenían nombre propio y del que ella carecía. Arrastraba, durante toda la vida, una coletilla detrás del suyo, para darse a conocer: Rosa hermana de, hija de, mujer de…
 Le miró con pesar, sabiendo que tenía razón. Nunca fue y siempre quedó diluida en presencia de otros. Desaparecía de los primeros planos y pasaba a ocupar el rincón de los olvidados. Sonrió irónica al recordar que incluso ocurría en sus fiestas de cumpleaños.
Le desafió. Sabía que se la estaba jugando, pero no le importó. Había llegado al límite. No quería esa vida y necesitaba luchar por cambiarla. Eso la había llevado a la situación en la que se encontraba, amarrada a una silla.
—Es posible que ahora no, pero algún día eso cambiará. ¡Seré, y ni tú ni nadie podréis evitarlo!
Lo vio venir. Casi lo esperaba. La liberación.
—¡Sí que podré!
Un disparo sonó en la noche.

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