La mujer de la curva- Segunda parte.


NOTA DE LA AUTORA: No tenía intención de escribir una segunda parte del  relato de la mujer de la curva, pero al parecer un lector se ha quedado con las ganas de un final más cerrado. Así que dicho y hecho...

 Dedicada a un amigo: Felipe Verges-Gatti, por su comentario de la primera parte...

Fuego - pintura de artista argentino Sebastián Dufour.
Nacimiento de una leyenda urbana.


Corrió como una loca hacia el lugar de la explosión. Al salir de la curva  se encontró con el coche ardiendo y el muchacho aún retorciéndose entre los restos. Estaba vivo.  Intentó acercarse pero no pudo, el fuego se lo impedía.  El humo lo envolvía todo como una espesa niebla con olor a carne quemada y a ella le costaba respirar.  El joven  clavó sus ojos en la mujer por última vez. Algo en aquella mirada la aterrorizó. Comenzó a llorar por la frustración y el dolor. Se dio cuenta de que su estúpida broma había provocado el accidente.

Unos minutos después  llegó su marido  y la encontró conmocionada al lado de la carretera. Su esposa abría la boca, pero ningún  sonido salía de ella, parecía faltarle el aire. La zarandeó para que reaccionara.

—¡El coche, fuego, el joven, ayúdale… Solo fue  una broma! —La mujer señalaba al lugar del accidente.

—¿Qué coche? —El hombre corrió hacia el barranco del margen izquierdo de la calzada y miró. No había nada. Solo los sonidos extraños que suelen envolver la noche. Volvió junto a su esposa que seguía con la mirada fija en un punto por delante de ellos— ¿A quién quieres que ayude?

—¡Está ahí, ardiendo. Está vivo!— gritaba ella mientras seguía señalando el vacío.
Algunos días después, la mujer tuvo que acudir a un psiquiatra para ser tratada de los estragos que le había producido, al parecer, el hecho de quedarse sola en un paraje solitario. Claro que el psiquiatra no preguntó a las ancianas del lugar. Ellas sabían  bien  qué había ocurrido. 

En realidad se trataba de "el joven de la curva".  Contaban que en la noche de los difuntos  aparecía en aquella carretera, un coche con un hombre que enloquecía a mujeres solitarias que encontraba a su paso. La leyenda ha variado, según las épocas, -al principio fue un carruaje y ahora  un coche-, pero el fondo siempre era el mismo.

Según se comentaba, entre susurros, la novia del joven decidió comunicarle, justo en aquel camino, que terminaban su relación. Solo faltaba una semana para la boda. El joven la hizo bajar del coche y al entretenerse en mirarla por el espejo retrovisor se estrelló contra una roca que se había desprendido de una pendiente, ocupando  el centro de la calzada. Él murió quemado y maldiciendo a su exnovia que miraba impasible cómo ardía. 

Desde entonces, según la leyenda,  el accidente se ha repetido y son muchas las mujeres que lo han visto y han quedado afectadas de por vida. Pocas  féminas  se adentran en aquel lugar después del anochecer, el día de los difuntos.

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