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Mostrando entradas de 2015

Arthur el Lobo

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Marina -  Ivanenko Mikhail Alexandrovich,  La joven Elisabeth Trenton, hija del fallecido Lord Trenton y Lady Margaret FitzPatrich, condesa de Devonshire, miraba el paisaje que se divisaba desde la ventana de su habitación. Sobre el escritorio de teca se encontraba un blanco pergamino lleno de sentimientos e información, dispuesto para ser enviado. Las lágrimas corrían por su mejilla sin que ella hiciera nada por detenerlas. Indecisa, miró de nuevo la carta . ¿Debería mandarla y poner en peligro a su marido?, se preguntó una vez más.  *****

Papas con Codornices.

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Guillermo Silveira García - Huerto. Aquella mañana, bien temprano, me encaminé al huerto. Con el azadón al hombro pensaba en el menú de aquel día. Debía ser algo rápido,  ya que otras tareas requerían mi atención. Llegué temprano, el sol aún se desperezaba y el  rocío mantenía la tierra húmeda para favorecer mi trabajo. Me agaché y  fui dejando al descubierto los hermosos tubérculos que la Naturaleza me había ofrecido como agradecimiento a mis desvelos, un manjar de dioses que trajeron los conquistadores; mucho mejor que el oro. Durante algunos meses  había mimado mis patatas, desde su inseminación en el útero de la madre Tierra. Allí, en el interior, a su abrigo, habían madurado y ahora estaban listas para ser objeto de deseo en la mesa y hacernos pecar de gula. Después de limpiarlas bien, las metí en una talega y me acerqué al surco donde se encontraban las anaranjadas zanahorias cuyo pináculo verde sobresalía por encima de la superficie, avisándome de que estaban preparadas

El milagro de la Navidad.

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          El niño lloraba entre la paja y su madre lo cogió para amamantarlo. José soltó la vara y se sentó, restregándose los pies cansados. El rebaño de ovejas fue recogido en el aprisco y los pastores, arrimados a la lumbre, calentaban las migas  y charlaban sobre la escasez de los pastos aquel año. Las lavanderas descansando a la orilla del río, chismorrean sobre lo caro que está todo.  Los Reyes entraron en la posada exigiendo la cena y  las llaves de sus habitaciones  El ángel plegó las alas y se durmió entre las algodonosas nubes.            —Por fin —dijo un hombre subiéndose los calzones—se me estaba quedando el culo tieso.      Los belenes cobran vida  en cuanto los humanos aletargan las suyas.   

Dad y os será devuelto...

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No me quedaba mucho y debía redactar un testamento, porque sabía que si no dejaba todo bien atado mis  cuatro criaturas dejarían de ser humanas y se convertirían en alimañas que se enzarzarían en disputas eternas, sobre quién se lleva qué. Víctor, el mayor de mis hijos con veintiocho años. Soltero de nacimiento, era un ser insociable al que pocas veces se le había visto en compañía de amigos o novias. A pesar de su tan cacareada libertad, sabía que la soledad en la que vivía estaba más cerca de la imposición que de la elección. Sonia, soñadora y con un año menos, fue lo que mi mujer y yo llamamos error de cálculo. Reflexiva  y desprendida, la engañaban siempre. Todo lo que pusiera en sus manos, seguro que acabaría en las de otros. No tenía ni idea de cómo eran las personas. Enriqueta era la tercera, con veinticinco abriles. Ella sí que sabía vivir bien. Tenía una frase favorita que la definía muy bien: “A mí no me gustan los problemas: ni los míos ni  los ajenos, por es

Castañas extranjeras. Una sonrisa, por favor...

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— ¡A la rica castaña asá y calentita! ¡Espesial pa hoy! Ese grito se repetía una y otra vez. Los veraneantes intentaban adivinar de donde procedía, alucinados ante la posibilidad de que alguien estuviese asando castañas en pleno mes de agosto en la playa. La pequeña columna de humo al lado de las duchas evidenciaba que  podía ser cierto.   Un grupo de bañistas curiosos acudieron al paseo para verificar que era verdad y no se trataba de una broma. Allí, un par de mujeres entradas en carnes y entradas en años, ataviadas con batas floreadas, asaban castañas como si tal cosa. —Perdonen ¿de verdad son castañas? —preguntó un hombre embutido en un bañador que parecía una braga-faja y con grasa como para surtir de tocino a todos los cocidos madrileños durante un año.

Flores en una lápida.

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A la memoria de mi padre. Unos días antes de “tosantos”, como llaman en mi pueblo a la fiesta del 1 de noviembre, el cementerio bulle de actividad. Si durante el año permanece vacio a la espera de algún entierro ocasional, la víspera de la festividad de los difuntos el lugar parece un vagón de metro en hora punta con gente entrando y saliendo durante todo el día. Se blanquean las paredes, se corta el césped y se plantan flores frescas en los arriates. Además, hay que dejar impoluta la capilla de San Bartolomé para la misa. Las vecinas, provistas de cubos y trapos, abrillantan las lápidas de sus seres queridos y las adornaban con flores frescas. En el pueblo, aún se sigue la fiesta tradicional de respeto y culto a los muertos que choca con la reciente incorporación de Halloween, que aún no se ha implantado por estos lares.

La huida

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Tres generaciones de la pintora Andrea Galindo -   http://andreagalindo-pintura.blogspot.com.es/ Este septiembre tenía todo planeado. Nada de trámites escolares, nada de comprar ropa para otros, nada de médicos, nada de guardería… Este septiembre era solo mío. Puse la maleta encima de la cama y fui colocando en ella todo lo que iba a necesitar: ropa cómoda para excursiones y vestidos más formales para las cenas. Cuando acabé, apagué las luces y cerré la puerta de mi casa. Era la primera vez que me marchaba sola de viaje, la primera vez que había pensado en mí  —He tomado la decisión correcta —me repetía mientras bajaba en el ascensor. Al salir, me esperaba en la puerta el taxi que había solicitado.   —Al aeropuerto, por favor —le dije al amable conductor que se bajó a meter mi equipaje en el maletero.

Una madre es un tesoro.

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—¡Mamá, déjame en paz! —exclamó iracundo. —Es la última vez que te lo digo. ¡Arréglate o no comes! Echó un vistazo alrededor,  esperando que nadie escuchara aquello. —Deja de incordiarme, mujer. —De mujer nada. Soy tu madre,  esta es mi casa y en ella se respetan mis normas. Si no quieres, te buscas otra. — Está bien. Tú ganas por esta vez – dio un golpe en la mesa y se levantó.   —¡Atila,  pues ten más cuidado!  Desde que os dedicáis a arrancar la hierba, el verde no sale de la ropa. ¿Es qué no podéis matar como los romanos? ¡Ellos si son civilizados!

La química nunca falla.

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No te olvides de los dientes, no vaya a tener algo entre ellos. ¡Perfectos!Lo que sí tengo es una bonita sonrisa, sí señor. Mis amigos dicen que soy un tío guapo y que puedo llevarme de calle a cualquier mujer. Aunque creo que exageran algo, sí que es cierto que no se me dan mal las chicas.  En fin, vamos a ver si hacemos algo. Estoy estupendo. deja de mirarte en el espejo de una vez  y sal en busca de una presa. Los urinarios del pub no son el mejor sitio para ligar, teniendo en cuenta que no entran chicas.  Hoy estoy  dispuesto a meterme en la cama  de alguna despampanante fémina. Ya tengo treinta y cinco tacos y no he encontrado a una mujer que quiera llevar a la mía. Algo les falta a cada una de ellas que no logran atraparme. ¿Será que no tengo madera de casado, emparejado o lo que sea? Hoy no se piensa, solo se actúa. Pediré algo de beber. Siempre ayuda a romper el hielo. —Un vodka con limón. La barra es el mejor lugar para localizar y valorar el género. Esa rubia no está

El Descubrimiento. La otra historia, la mía.

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Os contaré la historia de cómo se preparó el descubrimiento de las Indias Occidentales. Lo de América vino después. La Historia con mayúsculas cuenta las hazañas, las fechas, los actores, pero casi siempre se olvida de los entresijos: de cómo se gestan y se preparan…Yo no estuve allí, pero bien pudo ocurrir así: «Terminada la Reconquista y con un aburrimiento soberano, la reina Isabel tenía pocas cosas en que entretenerse. Un día llegó a las puertas de la Alhambra, residencia de vacaciones de los Reyes Católicos, desde la expropiación a los árabes, un joven emprendedor italiano.   En las habitaciones de la reina Isabel, su muy graciosa majestad, apremiaba a sus ayudas de cámara para que la pusieran  guapa, si eso era posible.

Halloween: Reivindicando a los malos.

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Cenicienta y el móvil de cristal. Cenicienta era una joven de 15 años, huérfana de madre desde lo seis y desde entonces,  había estado a cargo de Manuela, la asistenta. El padre de la niña, cansado de la soledad y la pena que le embargaba cuando llegaba  su casa, permanecía en el trabajo más horas de las necesarias y para compensar sus ausencias compraba el cariño de su hija a base de regalos, La niña tenía todo aquello que deseaba, incluso antes de pedirlo. Esas circunstancias moldearon su carácter  y  con el tiempo se había convertido en una cría engreída, indomable y  malcriada.

Volver a verte.

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Equipaje- Cristobal Toral Todo está empaquetado y las cajas se apilan en las habitaciones. —Reliquias de unas vida que irán a parar a un trastero, según les oí comentar a los chicos. ¡Qué más da! Tanto la casa como lo demás dejarán de ser míos muy pronto. ¿Qué importan unos cuantos cachivaches comparado con todo lo que atesoro en mi memoria?Ese trastero sí que está lleno y se viene conmigo. Después de dar una vuelta por las habitaciones vacías, coge un vaso de agua y las pastillas de la cocina y se dirige al salón. —Esperaré a que vengan a por mí. No creo que tarden.

Robos en el pueblo.

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—¿Dónde estará mi alianza? —se preguntaba doña Claudia. Estaba segura de que la había dejado encima de la cómoda la noche anterior.  Últimamente estaba perdiendo la cabeza, se dijo dando vueltas por la habitación. Sentada en la cama con el joyero en el regazo contabilizó las cosas que le faltaban en los últimos tiempos: una pulsera  de oro, heredada de su madre, que se había puesto un par de semanas antes y que no recordaba haber guardado. También echaba de menos una medalla de oro de la Ntra. Sra. de Fátima que le había regalado una sobrina. Recordó habérsela puesto para asistir a la novena de la Virgen. Un par de anillos, el de la piedra Alejandrita —muy cara—, regalo de su difunto marido en la pedida de mano,   el  anillo con la turquesa, y ahora la alianza.

Al pie de la letra.

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En un lugar, dejado de la mano de Dios y a expensas de la naturaleza, vivía una pequeña tribu sin reglas escritas o impuestas. A pesar de eso, la vida de sus apacibles moradores era de lo más tranquila. Para ellos también existían los siete pecados capitales pero, a fuerza de no conocerlos, los cumplían todos. La mesura y el buen juicio estaban instalados en sus vidas y en sus corazones. Un día aparecieron por allí  un par de tipos venidos, según dijeron, de la civilización y trajeron reglas, muchas y para todos los gustos. Los moradores de aquella tribu tuvieron que aprender a vivir según todos los preceptos que les iban dando.  Todas empezaban con: No hagas, no digas, no cojas, Prohibido esto, prohibido aquello… Una mañana de invierno después de un par de semanas de frío intenso en el que los pobladores no habían podido salir de caza, un olor suculento despertó al anciano jefe de la tribu. —Por fin ha habido suerte y tenemos comida. Llamad a los visitantes y que se unan

Infieles.

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Musas bailando de Peruzzi. Había mirado  a través de los cristales hacia el mar  tormentoso que rompía a los pies del restaurante. El  cuarto vodka seguía su curso a través de  la garganta y los vapores etílicos subía a hasta su cabeza, calentando la mente.   — Me has dejado, ¿y qué? Estoy solo, pero no por mucho tiempo. Ya habrá otras — farfulló. Observó a las parejas que en otras mesas hablaban entre susurros, algunas le miraban con lástima. Se puso en pie con el vaso en la mano. —Brindo por las musas. Unas prostitutas que te muestran una buena idea y después desaparecen en mitad de la nada, llevándosela con ellas y ofreciéndosela a otros . ¡Son unas calienta mentes! Ellas yo son fieles. Yo tampoco —gritó.   Con pasos tambaleante había cruzado el salón y se sentó ante un piano que se encontraba en un rincón. —¡Qué os den! Buscad a otro incauto que os aguante. A partir de hoy dejo la escritura  y me dedico a la música.

Muerte de Catalina Xuárez.

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Llevaba diez días en Coyoacán y esa noche por fin, se celebraría la fiesta de presentación. Había llegado el momento en el que todos conocerían a Catalina Xuárez, Marquesa del Valle de Oaxaca y esposa de Hernán Cortés. Con ese nombre se habían cursado las invitaciones para lo más granado de la sociedad. Había viajado desde Cuba hasta Méjico y en el barco, antes de arribar, había escuchado que Cortés tenía una amante con la que compartía casa, lecho y bastardo y a la que  le había atribuido el papel de esposa. Catalina esperaba acabar con la situación esa noche  del 31 de octubre de 1522. El sol ya se había perdido por el horizonte cuando Catalina bajó al salón. Se encontraba ubicado en la parte posterior de la casa con ventanas que daban a un frondoso jardín. Grandes arbustos de dama de noche y jazmines perfumaban el ambiente y multitud de velas encendidas repartidas por el lugar daban una acogedora bienvenida a los invitados. En el centro de aquella suntuosa pieza, artesona

Vidas en negro.

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Manuel, en la boca del pozo número siete junto al resto de sus compañeros, esperaba en silencio la llegada del elevador que traería de vuelta al turno de noche y les bajaría a ellos a las profundidades; a la mina que cada día les robaban parte de sus vidas como pago por gozar del derecho a un plato de comida en la mesa. Después de que salieran los ennegrecidos compañeros, les tocó descender hasta la galería catorce, la más profunda, abierta hacía poco más de un mes.

El cambio.

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15 de agosto de 2115  La nieve, acumulada durante el invierno, sigue endurecida por el frío, aunque los exploradores cuentan que ya el manto helado empieza a desquebrajarse.   Aguardamos en los refugios subterráneos la llegada del buen tiempo. Es imposible salir, aún. Hace 50 años que el clima cambió. Las causas, harto conocidas ya no importan, el proceso fue irreversible. En la actualidad solo hay dos estaciones: los crudos inviernos con temperaturas por debajo de los 90º bajo cero y los tórridos veranos que sobrepasan los 70º.  Nadie sale a la superficie sin exponerse a morir de frío o a quemarse; las radiaciones solares en pleno verano son intensas; ya no existe la capa protectora que nos protegía  de ellas.

Un traspiés

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Corría hacia el autobús cuando un agujero en la acera me frenó de golpe dejándome con un tacón roto, el pie hinchado y mi blanca falda de Zara hecha unos zorros. El fiasco y  la vergüenza eran tal que, aunque no quería, aparecieron las primeras lágrimas. Una suave presión en el brazo y un leve tirón me obligaron a levantarme. Un chico de pelo largo, ojos claros y sonrisa de “en tu casa o en la mía” fue el responsable de que no siguiera tirada por los suelos, llorando. —¿Te has hecho daño? ¿Te llevo a alguna parte? —. Su voz tranquila y calmada me hizo sentir algo más que el pulso en el tobillo, y que  por cierto, comenzaba  a doler a lo bestia. —No, gracias. Cogeré un taxi y me iré a casa. Será lo mejor —dije sin reflexionar. «¿Por qué tengo la lengua tan suelta?  Seguro que acabo de perder al hombre de mi vida por no saber mantener la boca cerrada», me dije con pesar.

Solo uno.

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La opresión que siento en el pecho me obliga a aspirar el aire a bocanadas. Los ojos, fijos en el papel que tengo delante, me lloran por el empeño con que lo miro. El oído vuelto hacia el lugar por donde debe venir el sonido, intentando captarlo por encima de murmullos inquietos, asientos que crujen o hielos dando volteretas dentro de  vasos de cristal. Por unos instantes, me convierto en supersticiosa y mis manos juegan nerviosas con un llavero que algún día me ha traído suerte. Mis pies aporrean el suelo, siguiendo el ritmo de las manos. —El treinta —oigo por fin. —¡Bingo! Rompo el cartón con furia. Solo me quedaba un número: el veintinueve. La abuela se ha vuelto a llevar los dos euros del bote.

El encuentro

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Aquel domingo de primeros de mayo decidí salir de Madrid. Después de meses encerrado sin otro aliciente que el trabajo, necesitaba airearme. Así que me subí al coche y puse rumbo a la sierra de Guadarrama, era un lugar idóneo para la practicar del senderismo y en la zona había buenos  restaurantes en los que poder hincar el diente a algún plato sustancioso, una vez acabado el paseo. La mañana la pasé de caminata por senderos tapizados de hierba fresca  que serpenteaban entre bosques. No había mucha gente y me permití pensar en mi vida, últimamente volcada en el trabajo y con pocas diversiones; de momento, no había ninguna chica que bebiera los vientos por mí. Ya venía de vuelta, cuando al lado de la carretera vi un camino rural que indicaba la dirección de un restaurante y decidí probar. Cuando llegué, me tropecé con una pradera rodeada de árboles. En medio, una cabaña de madera  ostentaba el rótulo de: “el Bosque”. Hubiera pensado que estaba en la película de Heidi, a no ser

Promesa cumplida

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El hermoso satélite  brillaba en lo alto cuando sonó el timbre. Una mujer abrió la puerta y el hombre la miró. —¡Gracias a Dios, has vuelto!, mi marido…un héroe! Estoy tan orgullosa de ti…—Lágrimas de felicidad corrían por la cara de ella. Después de un afectuoso abrazo, el hombre abrió  un estuche que llevaba y se lo entregó. Del interior sacó una cadena de oro. Él se la  puso alrededor del cuello. Ella miró el colgante sin entender: solo era una piedra negra, porosa y bastante fea. —Cuando nos casamos te prometí que te la conseguiría y yo siempre cumplo lo que prometo. Eres la única mujer del mundo que lleva la luna colgada del cuello —dijo Neil  Armstrong a su mujer.

Mi nacimiento.

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Cabás de un viejo médico - franciscodona.wordpress.com Don Cipriano, el médico de mi pueblo, había traído al mundo a toda una generación de niños.  Aquella madrugada  del 17 de febrero de 1960  fueron a avisarle; otro niño venía en camino y sin ganas de esperar a que despuntara el día. A la misma hora,  el cielo rompió aguas  y paría  una  tormenta sobre el pueblo. Venía  tan furiosa que  provocó un apagón, dejando todo el lugar a oscuras. A la luz de un quinqué de petróleo y  con el sonido de los truenos de fondo, el médico sacó de su cómodo encierro a una niña cuyos berridos rivalizaban con los estruendos del exterior. —¡Vaya noche ha elegido para nacer! Antonia, ésta será de las tercas. ¿Cómo se llamará, Dolores como tu madre?  Así fue como don Cipriano me trajo a este mundo. Un visionario que acertó de pleno en lo de terca.

Dioses.

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Tímpano oeste del Partenón- El nacimiento de Atenea. No me atrevo a mirarles. Siento que me llevan y me traen como una marioneta en un mundo carnal,  en el que sus corazones de alabastro no entienden el dolor humano. Ni siquiera son capaces de amar. Nos observan desde la distancia y dentro de unos cuerpos marmóreos, sus almas inmortales juegan con nosotros.

El menú de Flora.

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 Psychotria Tomentosa —¿Me puede decir cuándo le vio por última vez? —preguntó desde el salón a la mujer que se encontraba en la cocina. Dick Paterson, policía de Arkadia, había acudido al domicilio de la señora Ramsey, porque quince días antes, había denunciado la desaparición de su marido.  El policía intentaba establecer el momento en el que la mujer había perdido todo contacto con él. Debía averiguar, además, si había habido algún tipo de discusión entre la pareja, alguna amenaza sobre pedir el divorcio, o si estaban implicadas terceras personas. Por experiencia, Paterson sabía que la mayoría de las desapariciones de maridos en los alrededores, casi siempre  se debían a alguna rubia despampanante. Sobre todo, si el hombre en cuestión tenía dinero, como era el caso.

Aventura nocturna.

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      Se acercó con sigilo. La luz que emanaba por la rendija era muy tenue, apenas un resplandor que entraba por la ventana procedente  del exterior y que no disipaban del todo las tinieblas que se extendían por detrás de él.      Con el corazón acelerado, se aferró al canto de la puerta y la abrió, solo lo suficiente para pasar de lado. Descalzo, se deslizó al interior. El suelo mullido amortiguaba sus pasos.  No le habían oído y el peligro parecía disiparse,  suspiró aliviado . Se encaramó hasta la cumbre y  a gatas, evitando perder  el equilibro y caer, avanzó hacia su destino.        —¡Manuel, despierta!  Esta vez te toca a ti llevar al niño a su cama —oyó a su madre en el silencio de la noche.      Le habían vuelto a cazar.

Ojo por ojo

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Un cuento para mi hijo José María, al que no le gustan las verduras. Le proporciono un argumento para que se deje las espinacas en el plato -¡claro que no va a colar!-.  Y por qué no, también para los vegetarianos. Ni todo es rojo, ni todo es verde... María se había marchado  de vacaciones a un balneario en el interior de la jungla del Amazonas. Un sitio de lo más privativo, solo apto para cuentas bancarias muy abultadas. Llevaba un año de mucho trabajo y con acumulación de estrés. Acababa de terminar una fusión entre dos grande multinacionales y estaba orgullosa de que nadie hubiera perdido. Solo ella. En su trabajo, cada día se dejaba la piel, tampoco es que le importara, no existía nada ni nadie que la esperara en casa por las noches cuando terminaba. Aquella mañana se levantó temprano, tenía una buena caminata hasta llegar a la piscina natural, con cascada incluida, que se encontraba a un par de kilómetros del hotel. En los diez días que llevaba en el complejo

Fábula: Cambios importantes.

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Manzanas, orugas y mariposas - Vladimir Kush —¿A qué me ha dejado muy hermosa? —preguntó la altiva polilla a Gusano, después pasar por las manos de un  famoso entomólogo, muy de moda entre los insectos más nobles. —Estás extraordinaria, pareces otra —dijo Gusano que esperaba su primera consulta con el profesional—.Ya le que hablado de un cambio cuando eclosione.   Seré la drug queen del género, lo nunca visto. Me ha tomado medidas para  mis nuevas alas y la gama de colores que quiero. En la última revisión, aún me quedaban tres días para convertirme en un capullo. —Ya lo eres —masculló una mosca que pasaba por allí. —¡Hortera!, — gritó Gusano alzando la cabeza y parte de su cuerpo con altivez—¿Qué sabrás tú de belleza?, solo eres una mosca cojonera. Una vez que Gusano se marchó protestando, la polilla intentó alzar el vuelo.   No pudo. —Creo que realizarme un aumento de alas no ha sido una buena idea.  Moraleja: Toda fábula que se precie debe tener una moral

Malas cosechas

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Viñedo rojo -    Vincent Willem van Gogh             A un lado de la carretera en la salida del pueblo,   espero   junto a mis compañeros la llegada del autobús que me llevará lejos de mi país por primera vez. Es mi  primera vez  para un montón de cosas  que me han ocurrido  en los últimos tiempos  y la mayoría de ellas  malas: mi primer despido; entré con dieciocho años a trabajar en una fábrica y ha sido mi único empleo. La  primera vez que he tenido  que recurrir al paro. También, la  primera vez en pedir ayuda a la familia, con la consiguiente vergüenza. Por último, hace unos días,  la primera vez en recurrir a la ayuda social para hacer frente a las matrículas del colegio de mis hijos. Ha sido todo un cúmulo de desgracias que han ido sucediendo en los últimos años. O Tal vez solo una y el resto, una consecuencia de la misma.

El triunfo

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     Él tocó la primera nota y yo las siguientes; entre ambos compusimos mi mejor obra. Después, desapareció por la ventana y nunca más volvió.       ¿Si él no hubiera posado sus patas sobre esas teclas hubiera creado esa  obra en concreto? Tal vez...        Solo se necesita una nota, una palabra, una imagen para alcanzar el triunfo, y ese principio no siempre es nuestro. 

La siesta

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El sueño - Pablo Picasso       Las tres de la tarde. Los abanicos  remueven el aire tras las  persianas bajadas; los vecinos dormitan. Debajo de los naranjos, en los patios, solo los más pequeños permanecen de guardia:  juegan con soldados e indios cambiando la historia a su medida o arropan a bebés de juguete, practicando para la madurez.     Un par de horas más tarde, los vecinos se desperezarán en sus butacas y comienza  de nuevo la actividad. En algunos lugares, el verano pone paréntesis a la vida.

Vecinos inoportunos

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Una sonriente Natalia contemplaba el salón de su piso nuevo. Los meses anteriores habían sido un absoluto caos con la casa llena de albañiles, fontaneros, pintores y electricista; cada uno pidiendo dinero para lo suyo. Los últimos en salir habían sido los decoradores que habían realizado un trabajo excelente: Los visillos en color beige tostado con un suave dibujo de margaritas daban calidez al ambiente. Las paredes de un inmaculado blanco contrastaban con la madera caoba de los muebles. El parqué perfectamente acuchillado y abrillantado. Todo estaba en su sitio. Suspiró aliviada; por fin se habían acabado los enfados, las peleas y el gastar dinero, ya solo quedaba preparar la mudanza. Cruzaba la estancia hacia la puerta, cuando algo llamó su atención en una esquina. Descubrió una pequeña mancha sobre la madera brillante. Al agacharse comprobó que el suelo estaba mojado, y miró al techo, con espanto vio una gotera. Aún no era muy grande, pero ya la pintura aparecía embolsada c

Sueños cumplidos.

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El sueño de la razón produce monstruos (dibujo preparatorio)- Francisco de Goya y Luciente —¡No la toque, presidente! Abrí los ojos. Aún resonaba en mis oídos el grito emitido, no sé si real o solo imaginario.  Me senté en la cama, la habitación daba vueltas y no conseguía pararla. El sudor corría desde la frente y cruzaba mi cara. Observé como caían las gotas al suelo a cámara lenta. Sabía que poco a poco la sensación de nauseas y todos los demás efectos desaparecerían; solo necesitaba unos minutos para tranquilizarme. Aquella pesadilla me había dejado más alterado que el resto de ocasiones. Sabía que todas esas visiones eran a toro pasado. Los hechos que veía  mientras dormía, habían ocurrido en tiempo real.  Yo no podía hacer nada para cambiar la historia, solo detener a los culpables.

el corte

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     Entré en la cocina. El cadáver se encontraba sobre el suelo de baldosas blancas con un cuchillo sobresaliendo del pecho. Una mancha carmín rodeaba la herida. Eché mano al bolsillo y descubrí que había vuelto a olvidar los guantes. Miré a mi compañero que negó en silencio. Resoplando cogí unos rosas de goma que colgaban del fregadero.      —La mujer ha confesado. Farfullaba algo  sobre que no sabía cortar y no quería esperar. Creo que  ha sido por su culpa. —Señaló hacia un punto detrás de mí.       Me volví hacía el lugar que me indicaba y los ojos se me pusieron como platos.     —¡Joder!, yo también me hubiera cabreado. Vaya destrozo que le ha hecho al cinco jota —exclamé cuando  vi el jamón que colgaba de un gancho en la pared.

París -¡Aquellos maravillosos años 20!

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            Sylvia Beach y Ernest Hemingway con otras amigas -París 1920 Shakespeare and Company. El sueño de Sylvia Beach. Sylvia se quitó el uniforme. Había acabado la guerra un par de años antes y su labor en la Cruz Roja también había llegado  a su fin, ese día.  Ya no la necesitaban y era libre de emprender el camino de vuelta a casa. —¿Ahora qué? ¿Regreso a Estados Unidos, me caso y me dedico a criar hijos en Maryland?, —preguntó a su visitante,  saliendo de su cuarto con una combinación de seda blanca como única vestimenta— ¡James, dime algo! No quiero marcharme y dejar nuestra amistad. A parte de que me necesitas para terminar tu novela.

El castigo.

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Cementerio de Campo de Criptana - José Manuel Cañas Reíllo (2003)      Pedro, con muchas copas de más, y después de hablar con la médium que se le acercó en el Pub  de Santi’s,  tomó una decisión: haría lo que fuese necesario para arreglar la situación.  La mujer había contactado con Ruth y le traía un mensaje: su novia le pedía ayuda. Llevaba dos días bebiendo sin parar, no es que antes no lo hiciera, pero desde la muerte de Ruth, se sentía mal y era incapaz de retomar su vida. Aquella joven espiritista había comprendido  que fue un accidente y con su ayuda podría poner el punto final a la condena que se había impuesto.      Trastabillando salió del local. Era noche cerrada. La luna se escondía detrás de nubes negras  y, aunque las farolas estaban encendidas, una ligera neblina ocultaba su brillo. Después de conseguir en su casa lo que necesitaba, Pedro se dirigió a su destino.

El error de Margaret.

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Playa de Benagil en Portugal - Foto de Gema Hinojosa Jiménez. La furiosa Margaret embarcó en el Neptuno, escoltada por Lord Forbes, su flamante marido y primo de la reina Victoria. Media hora antes, iracundo, la había sacado de la iglesia a empellones cuando ella le confesó, después de la ceremonia en la que se convirtieron en esposos, que no pensaba acompañarle a Irlanda. La tripulación al completo llenaba jarras de ron y celebraban los esponsales de su capitán cuando les vieron subir.   La manera como embarcaron, enmudeció a la tripulación que les observaron sin saber que estaba ocurriendo. Ella, desafiante, levantó la barbilla y les miró. Ninguno de aquellos aguerridos marineros se atrevió a decir nada.

Tres meses más...

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Jardín de Claude Oscar Monet    A través de mi ventana voy contando las estaciones.  Por fin desaparecen el manto blanco en las lejanas cumbres y el techo gris de algodón, por fin desaparecen el oscuro vestido ocre y el perfume a humedad que todo lo impregna.    Asoma la  primavera. Ya se han extendido las alfombras multicolores que tapizan la tierra, el aroma ha cambiado a fresco pino y a rocío mañanero y una bóveda turquesa lo envuelve todo.    A pesar de los pronósticos, he conseguido llegar. Si sigo luchando llegaré también a la siguiente. 

Mis inolvidables vacaciones de 1995

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¿Nunca habéis oído la expresión: “si lo sé no vengo”? Pues eso es  lo que pensé cuando vi el dichoso hotel. Soy poco amiga de fríos y me convencieron, no sé cómo, de cambiar mis vacaciones estivales de tumbona, playa y chiringuitos, por un viaje a algún lugar del norte de Europa. —Hagamos algo diferente —comentó de una de mis  amigas. Accedí a regañadientes y me hicieron prometer  que lo dejaría  todo en sus manos. Esta vez,  ellas se encargarían de contratar el paquete vacacional. Yo era siempre la que preparaba los viajes: Caribe, cayos de Florida, Ribera Maya, Canarias y Cádiz  eran nuestros  destinos habituales. Nunca se habían quejado. Bueno, había algunas protestas de vez en cuando, por el calor y la repetición de lugares, pero siempre eran acalladas por los maravillosos hoteles que conseguía y  lo descansadas que volvíamos: todo el día de la playa a  la piscina y de hamaca en hamaca.

El patinazo.

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Piscina - Ivonne Guevara Lo vi tan claro y tan transparente que no pude contenerme. Sin pensarlo me tiré a la piscina. —María, hace tiempo que estoy deseando decirte algo. Al instante me di cuenta del error. Observé indecisión en su mirada y temor a las palabras que pudieran venir detrás. —Ese corte de pelo te queda muy bien —dije despreocupado Ella me miró sorprendida. Acababa de advertir que aquella piscina no tenía agua pero, por lo menos, había conseguido caer de pie y no estrellarme.

Viaje accidentado.

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Rajadell estación de tren - Ernest Descals      El traqueteo de la locomotora  junto al cansancio acumulado por las largas noches de guardia en urgencias, había  sido suficiente para adormecerlo. Percibió que alguien entraba en el vagón pero apenas pudo levantar un párpado, ya se encargaría de saludarlo su vecina de departamento, y siguió durmiendo plácidamente en los duros asientos de plástico, acostumbrado como estaba en el hospital  a descansar en los lugares más insólitos.      Le despertó un rayo de sol que incidió sobre el cristal de la ventanilla y se posó en su rostro; fue un instante. Sin embargo,  la sensación de calor le avisó de que había llegado la hora de reaparecer en el mundo de los vivos.      Entreabrió los ojos. Los párpados aún le pesaban y sonrió avergonzado a su compañera de viaje. «Es muy guapa y tiene la garganta abierta», pensó medio adormilado. Cuando  la idea caló, se despertó de sopetón y se levantó de un salto. De su regazo cayó un cuchillo

La plaza del pueblo

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La plaza domina todo el pueblo.  Cuadrada, se puede acceder por tres lados, el cuarto lo ocupa la encalada fachada del ayuntamiento con tres balcones que se abren hacia ella, donde ondean las banderas y cuelgan tapices en las fiestas.  Paso obligado hacia cualquier dirección, delante de ella  confluyen todas las calles. A diario, es el lugar de reunión de los jubilados que se sientan al sol de la primavera para calentar sus cansadas y desgastadas articulaciones. También, contemplan el paso de vecinos y de algún forastero perdido que en coches de lujo cruzan el pueblo.

Terremoto

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Reloj de arena - Fernando Cruz de Castro      Amontonados y acobardados esperaban el terremoto que de un momento a otro removería su universo. Nunca sabían cuándo iba a acontecer, aunque era un hecho recurrente en sus agitadas vidas.      Todos querían evitar ser los primeros en caer al vacío cuando el vórtice se abriera bajo ellos. Su existencia quedaba reducida a una espera y la consabida sensación de vértigo que venía después.      Por fin sucedió. Su mundo tembló y comenzó la rápida caída; un tobogán hacia ninguna parte.      —Esto es un reloj de arena, mide una hora exacta —escuchó un amnésico grano que intentaba sujetarse a la pared de cristal, otra vez.

Hablar de más

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En la sala todos estaban pendientes de las palabras del reo. Había cometido un crimen atroz. —¿Por qué lo mató? —le preguntó el juez El acusado le miró con gesto aburrido. —Dijo un par de palabras de más —fue su escueta respuesta. —¿Por eso le mató? ¿Por un par de palabras…? —Fue algo más. Esas dos palabras cambiaron su destino y  ahora, el mío. —Aclárelo,  por favor —le ordenó el juez.  Necesitaba comprender  antes de condenarlo  a la silla eléctrica. Aunque la decisión la tenía tomada de antemano. —«Yo no le maté»,  me dijo. Si se hubiera quedado ahí, asunto zanjado.  Sin embargo, decidió continuar y saltarse las reglas. «Yo no le maté,  pero colaboré.»

Viaje iniciático.

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Burgos - Ilustración del libro de David Pintor "Camino de Santiago" Ya está todo listo. Dentro de la mochila meto lo último: el itinerario. Esta va a ser mi primera peregrinación a Santiago de Compostela. Mi amigo Rafael, el único que tengo, me ha hablado de parajes y senderos increíbles que en esta época, final de la primavera, son todo un espectáculo. Haré el viaje aconsejado por él, que ya lo ha realizado en otras ocasiones. Le di vueltas a  si no sería arriesgado meterme entre bosques sin más arma que un bastón de senderismo; el mundo está lleno de gentuzas. He estado a punto de no ir, pero tras asegurarme mi amigo que cada pocos kilómetros hay pueblos y policías a los que recurrir si me encuentro en problemas, decido continuar con el proyecto. De todas maneras dejaré las tarjetas en casa y pasaré de hablar con los desconocidos. ¡A saber qué clase de personas son!

La boda de Pompeya.

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Ruinas de Pompeya - Obra de Juan M. Rodríguez Botas y Ghirlanda Publio Emilio Lúculo, desde el jardín de su casa, contemplaba el Vesubio. Aunque la montaña parecía seguir igual que  en los últimos cuarenta años que llevaba viviendo a su lado, algo le decía que estaba cambiando. No sabía qué era, solo era una sensación de desasosiego  que le envolvía cada vez que la miraba. Aquella mañana, precisamente, había visto, como una pesada roca se deslizaba lentamente por su falda. Eran señales inequívocas de que el dios, que la montaña albergaba en sus entrañas, se estaba despertando. Sería peligroso estar cerca si ocurría.     A la hora de la cena, recostado en el  triclinio, observaba silencioso a su mujer Octavia y a sus dos hijos:  Marcelo,  un hombrecito de doce años y Pompeya, una preciosa jovencita de 14 con el cabello del color del trigal en el tiempo de la siega.

De alucine

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Cuando me desperté me había convertido en un insecto. Me acordé del maldito libro de Kafka que acababa de leer. «¿Acaso ese escritor, con sus palabras, podía metamorfosear a las personas?». Quise levantarme y no pude. Pensé, que aunque fuese reptando, tendría que volver a casa. Esa era otra, con el asco que le daban a mi mujer las cucarachas, ¿cómo evitaba que de un pisotón me dejara chafado contra el suelo? Además, si supiese  que el bicho era yo, literal, que metafóricamente ya lo sabía, no  podría esperar compasión de ella. Al intentar ponerme en pie de nuevo, sonaron cristales rotos. Miré al suelo y vi la botella de tequila.  Deberían poner en la solapa de los libros: no consumir con alcohol, produce efectos secundarios adversos.