Viaje accidentado.
Rajadell estación de tren - Ernest Descals |
El traqueteo de la locomotora junto al cansancio acumulado por las largas
noches de guardia en urgencias, había
sido suficiente para adormecerlo.
Percibió que alguien entraba en el vagón pero apenas pudo levantar
un párpado, ya se encargaría de saludarlo su vecina de departamento, y siguió durmiendo
plácidamente en los duros asientos de plástico, acostumbrado como estaba en el
hospital a descansar en los lugares más
insólitos.
Le despertó un rayo de sol que incidió sobre el cristal de
la ventanilla y se posó en su rostro; fue un instante. Sin embargo, la sensación de calor le avisó de que había
llegado la hora de reaparecer en el mundo de los vivos.
Entreabrió los ojos. Los párpados aún le pesaban y sonrió avergonzado
a su compañera de viaje. «Es muy guapa y tiene la garganta abierta», pensó
medio adormilado. Cuando la idea caló,
se despertó de sopetón y se levantó de un salto. De su regazo cayó un cuchillo manchado
de sangre, al igual que sus manos y la ropa.
«¿Qué he hecho?» Intentó revivir lo ocurrido la noche anterior,
antes de dormirse, pero la imagen de la joven muerta no le dejaba concentrarse.
Se giró y vio que los estores de la puerta de entrada al departamento estaban
abiertos y corrió a cerrarlos, evitaría que alguien de camino al coche
restaurante viera el espectáculo. De cara a la puerta probó a recordar de nuevo.
«Subí al tren ayer por la noche casi a punto de salir...». Se acordó que los compañeros le habían
entretenido en el hospital preguntándole
por la despedida de soltero. Les había asegurado que a la vuelta planearían la
fiesta y cogerían una buena cogorza. Después, al recoger su coche del aparcamiento, una rueda estaba desinflada.
A esas horas de la noche, era más fácil
cambiarla que esperar un taxi. Se puso manos a la obra y entre gruñidos, se había dicho que por fin iba a
disfrutar de cinco días de merecido descanso. El billete lo había comprado un
mes antes, cuando habían colocado los cuadrantes de guardias y sabía que
días le tocaba librar. Se iba a su tierra, La Coruña, donde le esperaba su
novia. Darían los últimos retoques a la
ceremonia de la boda y dormiría mucho. Últimamente
se notaba muy cansado.
«Cuando llegué al compartimento el tren comenzaba la marcha y
la chica ya se encontraba aquí. ¿Cómo
dijo que se llamaba? Marga, Marta…no, Manuela no sé cuantos. Iba de turismo por
Galicia. Piensa, piensa…algo debió
contarte más… ¿un novio furioso, acaso? La cabeza me da vueltas. Solo sonrió.
Estaba bebiendo y me ofreció una botella de agua pequeña. Se lo agradecí,
después de la carrera para coger el tren estaba seco. Yo solo le confesé que
me encontraba cansado y que iba a dormir un rato, que perdonara si no
era buena compañía…»
Volvió el rostro de nuevo hacía el asiento. Allí estaba, no
era producto de su imaginación. «Ni
siquiera le he tomado el pulso, pero parece tan…tan…muerta. Dios, ¿qué hago? Alguien
durante la noche ha entrado y…pero, ¿por qué culparme a mí? Podía haberla
matado sin más y no encasquetarme el muerto. ¿Y ahora qué…? No puedo decirle a la policía que yo no sé
nada y tampoco oí nada… ¡Me culparán! ¡Mi vida se ha acabado! ¡Qué hago, qué
hago! Piensa, piensa con calma. Lo primero quitarme toda esta porquería de
encima y después me largo al otro extremo del tren y me bajo en la próxima estación. Eso haré.»
Bajó la
maleta del la rejilla y la puso sobre uno de los asientos, después de limpiar y asearse con unas
toallitas que llevaba en el neceser, se cambió de ropa y cerró la maleta, rezando para que nadie le registrara y viera aquella sangre.
El tono de una notificación en el móvil le hizo
mirarlo por inercia. Era un Whatsap de
un número que no estaba entre sus contactos. Lo abrió. Dentro un mensaje y un video.
“Se lo k hiciste,” rezaba el texto.
Asombrado, decidió
descargar el video. Con los ojos
desorbitados contempló las imágenes. En ellas se veía una mano degollando a la joven. Después la cámara
enfocaba su asiento y se le veía lleno de sangre y con el arma apoyada en el
regazo.
«Yo no he
sido. Esas imágenes no son reales, no pueden serlo…», pensó desesperado.
Apareció otro
mensaje: “Voy en el tren no intentes
bajarte.”
«quien eres?»,
escribió en el chat del desconocido
«Borracho! Te cargaste a mi hrna. te
toca pagar.» apareció de nuevo en la pantalla.
Compartiment C car 293 - Edward Hopper |
—¡Yo no he hecho
nada de eso! ¡Se equivocan de persona! ¡Solo soy un enfermero en prácticas!
Empezó a sudar copiosamente, el corazón le latía desaforado y un dolor agudo en el brazo izquierdo fue expandiéndose hasta su pecho, cayó inconsciente.
Empezó a sudar copiosamente, el corazón le latía desaforado y un dolor agudo en el brazo izquierdo fue expandiéndose hasta su pecho, cayó inconsciente.
—¡Os habéis
pasado!, —gritó la joven muerta levantándose de un salto, limpiándose con la
manga parte del maquillaje—. ¡Entrad de una puta vez y dejad de grabar, este
tío se muere. Dos años de actriz del porno y nunca me he tropezado con
degenerados como vosotros. ¡Haced algo de una vez!
Un par de muchachos
entraron corriendo y comenzaron a hacerle el boca a boca y un masaje cardíaco.
—¡Miguel, se
nos va! ¿qué le decimos a su familia? Solo era una broma. ¿Alguna
vez te dijo este memo que tenía arritmia?
—¡Callate
Alex y sigue insuflando aire!
—De verdad,
nunca vi tíos más brutos preparando una despedida de soltero —reprochó la
joven—. Ya podíais haberme dejado que me quitara la ropa y le echara un buen
polvo. Como no se recupere en vez de novio, será difunto. ¡Yo me largo!
Dos semanas más tarde en un banquete de bodas, el novio se levantó de la mesa y cogió una copa de burbujeante cava.
—Quiero
brindar por dos amigos y dos compañeros de trabajo. Los doctores Miguel
Cifuentes y Alejandro Gandía. Gracias a ellos estoy aquí. Viajábamos en el
mismo tren, sin saberlo. Ellos venían a La Coruña a un congreso. No recuerdo
mucho de aquella noche, creo que me dio un infarto debido a una pesadilla
causada por el estrés de la boda y del trabajo. Ellos descubrieron la
cardiopatía que padecía y ahora estoy
perfectamente controlado. Pido un gran aplauso para mis dos salvadores.
Ambos jóvenes
se levantaron avergonzados y sonrieron a
los invitados que les ovacionaban.
—Nos hemos
librado, después de todo —susurró Miguel a Alejandro.
Entre los
aplausos escucharon el sonido de una notificación en sus móviles, era un Whatsap. Abrieron la
aplicación. Un mensaje automático del hospital.
«Tiene
guardia mañana.»
Las sonrisas les temblaba en el rostro y el corazón aún les latía con fuerza. Respiraron tranquilos.
Las sonrisas les temblaba en el rostro y el corazón aún les latía con fuerza. Respiraron tranquilos.
Saltó otro mensaje:
«Se lo k hicisteis.»
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