Ojo por ojo
Un cuento para mi hijo José María, al que no le gustan las verduras. Le proporciono un argumento para que se deje las espinacas en el plato -¡claro que no va a colar!-. Y por qué no, también para los vegetarianos. Ni todo es rojo, ni todo es verde...
María se había marchado de vacaciones a un
balneario en el interior de la jungla del Amazonas. Un sitio de lo más privativo, solo apto para cuentas bancarias muy abultadas. Llevaba un año de mucho trabajo y con acumulación de estrés.
Acababa de terminar una fusión entre dos grande multinacionales y estaba
orgullosa de que nadie hubiera perdido. Solo ella. En su trabajo, cada día se
dejaba la piel, tampoco es que le importara, no existía nada ni nadie que la
esperara en casa por las noches cuando terminaba.
Aquella mañana se levantó
temprano, tenía una buena caminata hasta llegar a la piscina natural, con
cascada incluida, que se encontraba a un par de kilómetros del hotel. En los diez días que
llevaba en el complejo no se había acercado aún, huyendo del bullicio de los
turistas que cada día veía desplazarse hasta ella en manadas. Con el
madrugón esperaba encontrar unas horas de relativa calma, y no quería regresar sin verla. «Un selfie al
lado de una catarata para mostrar en la oficina, es todo lo que necesito. No dejo de reconocer que en el fondo soy tan friki como el resto.» Raúl ,su principal oponente y más que dispuesto a quedarse con su puesto, se moriría de
envidia, ya que con sus tres mocosos y su mujer fondona, no podía ir a sitios exclusivos como ella,
se dijo de camino al comedor. Hoy debería ser el día para visitarla, ya que a la mañana
siguiente emprendería el viaje de regreso a su casa de Madrid.
La noche anterior se había
acercado a recepción preguntando por el lugar y si había dificultad para acceder
a él. El recepcionista le mostró los
folletos con el mapa y fotos del mismo; El paseo a través de la densa selva era
único e impresionante.
Así que bien temprano se puso el
bikini de la casa Versace de París —ese mismo día había comprado allí mismo, un traje de noche con bastante más tela que le costó bastante menos—, unas sandalias
bajas, por supuesto exclusivas, y un
pareo a juego que se anudó a la cintura. Se miró en el espejo,
—Da igual el dinero, para esto
sirve. Lo único importante es que no hay en el mundo otro modelo igual —dijo a su imagen en el espejo.
Antes de salir echó mano a su inseparable y no tan exclusiva pamela de rafia. Había sido un regalo de Pedro, su primer y único amor. Un ex
que pasó por su vida con más pena que gloria. La pena, sobre todo, fue para
ella, que aún no conseguía superarlo después de diez años. La Gloria la había
puesto él en su cama. Más tarde se enteró que la fulana no era otra que su
secretaria. Ella le hubiera perdonado, pero él no quería su perdón quería la
libertad. Así que al final, no le quedó de la relación más
que tragarse el orgullo y la pamela.
Desechó los malos pensamientos,
era historia antigua y pasó por el
comedor. De pie tomó un vaso de leche de soja y cogió unos cuantos de trozos de
zanahorias para el camino. Era una vegetariana convencida. Ni siquiera probaba los productos que no
atentaban contra la especie animal : ni huevos, ni leche , ni sus
derivados.
Mordiendo la zanahoria se marchó
por donde le habían indicado. Había un
camino de tablas barnizadas que cruzaba la selva. Cierto es que facilitaban el
tránsito de los turistas VIP que ocupaban las suites carísimas del hotel, pero tal vez un
poco menos de barniz no hubiera desentonado tanto con el entorno. A pesar de ello, el paisaje de un verde casi fluorescente y el
sonido que lo envolvía, la dejaron sin aliento.
Lo mismo había una extraordinaria algarabía de todo tipo de aves que un segundo después, un silencio sepulcral casi místico.
Se detuvo a admirar aquello con reverencia. Solo se escuchaba los mordiscos que daba a la zanahoria y a ella, en aquel momento le parecieron casi tan alto como un tren de mercancía al entrar en la estación. Volvió a caminar, inquieta, y pensó que ni siquiera había un soplo de aire que moviera una hoja, ni tan solo el trinar de un ave o el zumbido de un insecto se escuchaba desde hacía unos minutos. Presentía que algo la acechaba y que hasta la naturaleza parecía temerlo. Estuvo tentada a darse la vuelta, pero ponerle los dientes largos a Raúl pudo más que cualquier otro propósito.
Se detuvo a admirar aquello con reverencia. Solo se escuchaba los mordiscos que daba a la zanahoria y a ella, en aquel momento le parecieron casi tan alto como un tren de mercancía al entrar en la estación. Volvió a caminar, inquieta, y pensó que ni siquiera había un soplo de aire que moviera una hoja, ni tan solo el trinar de un ave o el zumbido de un insecto se escuchaba desde hacía unos minutos. Presentía que algo la acechaba y que hasta la naturaleza parecía temerlo. Estuvo tentada a darse la vuelta, pero ponerle los dientes largos a Raúl pudo más que cualquier otro propósito.
No le vio venir. Se abalanzó
sobre ella derribándola; cerró los ojos
sin poder articular palabra; la caída la había dejado sin aliento. Se oyeron
voces en la distancia que se acercaban y fue cuando los abrió, dispuesta a
pedir socorro; tarde. Vio con espanto a la criatura que la arrastraba al
interior de la floresta: Mitad árbol, mitad no sabía qué. Un ser
monstruoso.
No hubo un quejido, no hubo un
grito. Antes de que ningún sonido saliese de su boca estaba en una fosa y
multitud de raíces la rodeaban con rapidez, ahogándola, clavándose
en su cuerpo como finos estiletes. Una le traspasó la garganta y dejó
escapar el último soplo de vida. La tierra se removió, con vida propia, cayendo sobre ella y
sepultándola para siempre. La criatura desapareció
en el interior del frondoso bosque.
Volvieron los sonidos habituales
del lugar y las propietarias de las
voces —tres jóvenes— se acercaron entre risas. Se detuvieron al ver una pamela de
rafia que se encontraba en mitad del sendero.
—Alguien tenía prisa por llegar a
la piscina. Se la llevaré y si no encuentro a la dueña la tiro, no
vale mucho—dijo una de ellas, antes de darle un buen mordisco a un trozo de apio que llevaba en la mano.
El ruido de aquel mordisco llegó al
interior de la selva. Causándole un profundo dolor a la criatura que gritó como
si fuese a él a quien le estaban infringiendo el daño.
—¡¿Ya se han vengado de la muerte de
su congénere?!, —gritó lleno de ira. Savia verde se derramaba, saliendo a
borbotones de su tronco—. Acaba de caer otro de los nuestros. ¿Acaso, no habrá
paz nunca entre nuestros mundos?—aullaba de dolor.
A oídos humanos solo se escuchó
el aire inquieto que movía las hojas de
los árboles, refrescando el ambiente. Invitando a algún paseante a perderse entre ellos. Mientras la
criatura se preparaba para otra escaramuza.
De María nunca más se supo. El Consulado en la zona no tuvo suerte y el caso se archivó, sobre todo porque nadie
reclamó una investigación exhaustiva. En
el hotel se apresuraron a recoger todo su equipaje y esconderlo en lo más
profundo de la selva, donde nadie pudiera encontrarlo. No se podían permitir
que su complejo perdiera clientela por desapariciones sin importancia. Además,
las ricas snob solían dejarlo todo y salir corriendo en busca de aventuras con
brasileños de cuerpos esculturales, dijo el director a sus empleados, aunque ninguno lo creía. No era la primera persona en desaparecer,
ya había ocurrido con anterioridad, y tal vez volviera a
suceder. En aquel ignoto lugar todo era posible.
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