Sueños cumplidos.
El sueño de la razón produce monstruos (dibujo preparatorio)- Francisco de Goya y Luciente |
—¡No la toque, presidente!
Abrí los ojos. Aún resonaba en
mis oídos el grito emitido, no sé si real o solo imaginario. Me senté en la cama, la habitación daba
vueltas y no conseguía pararla. El sudor corría desde la frente y cruzaba mi cara.
Observé como caían las gotas al suelo a cámara lenta. Sabía que poco a poco la
sensación de nauseas y todos los demás efectos desaparecerían; solo necesitaba
unos minutos para tranquilizarme. Aquella pesadilla me había dejado más
alterado que el resto de ocasiones. Sabía que todas esas visiones eran a toro
pasado. Los hechos que veía mientras
dormía, habían ocurrido en tiempo real. Yo
no podía hacer nada para cambiar la historia, solo detener a los culpables.
Era médium oficial del
departamento de policía. Un cuerpo creado en el año 2045, que ayudaba a
combatir los crímenes cada vez más sofisticados. Las nuevas tecnologías habían traído nuevas formas
de cometer delitos y, cosa curiosa, se habían tenido que recurrir a viejos
métodos para solucionarlos. El departamento de médiums era uno de ellos. Se
complementaba con el departamento de estadísticas, probabilidades y
predicciones. Todo lo que fuese necesario para bajar el índice de criminalidad
que había aumentado en los últimos diez años al ciento veinte por cien.
Después de asearme y desayunar,
salí dispuesto realizar mi trabajo. Fui directo a mi despacho. Cada vez que
tenía un sueño debía dar cuenta a las autoridades y ellos se encargaban de
engrasar y apretar los botones adecuados de toda la maquinaria para poner a buen
recaudo a los delincuentes: pruebas científicas, interrogatorios, coartadas
inexistentes… Todo se hacía en función de un solo sujeto. Era fácil encontrar
con que incriminarlos cuando se sabía de antemano que eran culpable.
Cuando llegué, mi jefe ya se encontraba allí. El asunto que le llevaba
era muy era peliagudo y no sabía cómo iba a reaccionar.
—Buenos días, Marcus. —Me recibió con una sonrisa que yo no devolví.
—Buenos días, señor presidente
—contesté escueto. Después de lo que había visto no tenía muchas ganas de charlas
insustanciales.
—¿Qué te trae tan temprano? —me preguntó
sin levantar la vista del documento que leía.
—Usted. Soñé con usted. Ya sabe
lo que eso significa.
Noté la lividez de su rostro
cuando me miró. Sabía de qué estaba hablando.
—¡No es lo que piensas!
—¿Por qué? ¿Tiene alguna
explicación que le salve? Me gustaría saberlo, antes de llamar.
—Fue una estupidez. Después de
tanto tiempo a este lado de la ley quise saber que se siente al cometer un…—Bajó
el tono, intentaba justificarse—. Ella no era importante, no era nadie, solo
una prostituta barata que encontré en la calle. Nadie la echará en falta…
—¡Se equivoca!, —no le dejé
terminar—.Todas esas personas, cuando alguien como usted las hace desaparecer, me consideran suyo. Forman parte de mi vida y
me exigen paz. Quieren que las represente en su dolor, que sea su abogado
después de muertas y hable por ellas. Usted lo sabía al asesinarla. Ahora que
ha cruzado la línea sabrá que se siente al otro lado.
Cogí el teléfono y marqué. Mónica
Domínguez Vélez de veintiún años, podría
descansar en paz.
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