París -¡Aquellos maravillosos años 20!
Sylvia Beach y Ernest Hemingway con otras amigas -París 1920
Shakespeare and Company. El sueño de Sylvia Beach.
Sylvia se quitó el uniforme. Había
acabado la guerra un par de años antes y su labor en la Cruz Roja también había
llegado a su fin, ese día. Ya no la necesitaban y era libre de emprender
el camino de vuelta a casa.
—¿Ahora qué? ¿Regreso a Estados
Unidos, me caso y me dedico a criar hijos en Maryland?, —preguntó a su
visitante, saliendo de su cuarto con una
combinación de seda blanca como única vestimenta— ¡James, dime algo! No quiero
marcharme y dejar nuestra amistad. A parte de que me necesitas para terminar tu
novela.
El James al que se dirigía, no
era otro que James Joyce, un escritor británico instalado en París después de
la guerra. En pocos años, la ciudad se había convertido en el buque insignia
europeo de la cultura de vanguardia,
además ser el lugar idóneo para la buena vida y el despilfarro de los
pudientes. Hemingway, uno de los muchos escritores
norteamericanos que vivían allí y frecuentaban los cafés y las tertulias
literarias, había comentado que París era
una fiesta. Tenía razón: los parisinos, tal vez hartos de los tiempos oscuros y
lóbregos que acaban de pasar, habían convertido la ciudad en una burbuja de champán; el chispeante París no dormía ni por
mañana, ni por la tarde ni por la noche.
—Es cierto, esa dichosa novela
será una gran historia cuando la acabe, pero me absorbe demasiado. —El
indolente Joyce se miraba las uñas tumbado sobre una change longe de terciopelo rojo.
—Menos mal que te vigilo y aún
así, te vas de fiesta cada noche. ¿Crees que algún día verá la luz esa obra
tuya? Me parece que cómo me vaya, Ulysses terminará sus aventuras en un cajón—le
amonestó la muchacha.
Sylvia se acercó a la mesa y cogió un cigarrillo de la
pitillera de madera. Lo colocó en un larguísimo filtro de plata y le dio una
calada, dejando escapar de entre sus
labios voluptuosas nubes de humo. Se acercó
a la ventana. La tarde caía lenta y el sol, reflejado en la estructura de la
torre Eiffel, dejaba a su paso un fulgor sobre los edificios, dando la
sensación de que la ciudad brillaba. Sentía tener que dejar aquel lugar que tanto
la cautivaba.
Sylvia Beach & James Joyce |
Se fijó en el pequeño local
frente a su apartamento con la fachada de madera pintada de verde y el coqueto escaparate,
del que colgaba un cártel anunciando que
se alquilaba. Un pensamiento cruzó raudo por su cabeza y se volvió hacia donde
se encontraba Joyce.
—¡James, abriré una librería! ¡Conozco a muchos
escritores americanos, franceses e ingleses , y sé que me echarán una mano!—Arrobada,
corrió hacia el buró y sacó del cajón una cuartilla—. Escribiré a mis padres para que me adelanten
el dinero. ¡Es una idea espléndida!, ¿no crees?
—¡Lo es!Todo lo que pasa por esa
cabecita tuya tiene viso de utopía, hasta que lo pones en práctica. Si no
estuviera tan ocupado con el puñetero Ulysses, me hubiera dedicado a escribir
tus aventuras. Tú eres la ilusión personificada, una adelantada a tu tiempo. —Se levantó impetuoso—. ¡No eres una
matrona! ¡Adelante, Sylvia Beach, convence al mundo de tu locura y muestra de lo que eres capaz! Serás
mi hada madrina, mi talismán, incluso, ya que nos ponemos, mi editora. ¡Saca el Bourbon,
querida, vamos a celebrarlo! Por cierto,
¿cómo se llamará tan insigne lugar? Sería un detalle que le pusieras mi nombre
ya que he estado en el momento de su concepción. ¡El local de James Joyce! —se ayudó de las manos para dar
énfasis a su propuesta, dando con ellas, forma al letrero imaginado.
Sylvia soltó una carcajada mientras
llenaba con generosidad los vasos.
—Cariño, te quiero mucho, pero no
tienes categoría para ponerle tu nombre a mi proyecto. Quizás más adelante,
cuando te conozcan algunos más que tus cuatro colegas. —Viendo la mueca de dolor
de su amigo, decidió que debía compensarle. Guardo unos minutos de silencio, pensando
en un posible nombre. Un momento después, sus ojos se iluminaron ante una súbita idea. —Le pondré el nombre de un compatriota tuyo que sin duda se lo merece, aunque tú también estarás, te mencionaré aunque sea de manera implícita.
—Me tienes en ascuas. Dime qué has pensado para no ofender mi
sensibilidad —Joyce esperó impaciente su respuesta. Sabía que se estaba
fraguando la última hazaña de su amiga y qué la llevaría a cabo, costase lo que
costase. ¡Así era ella!
—Se llamará… ¡Shakespeare and Company!
Joyce valoró su respuesta y
después soltó una sonora carcajada.
—Querida, eres única elogiando, y
acto seguido, bajando de los altares a petulantes como yo. ¡Vístete, iremos a celebrarlo al Moulin Rouge! Esta noche brindaremos por tu nueva
empresa. Tendrás que invitar tú, estoy sin un franco.
—Como siempre, James. ¿Ves como
no podía regresar?
Unos meses más tarde Sylvia Beach
abrió su librería y no hubo escritor que se preciara que no pasara por su
pequeño rincón.
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