Una madre es un tesoro.
—¡Mamá,
déjame en paz! —exclamó iracundo.
—Es la
última vez que te lo digo. ¡Arréglate o no comes!
Echó un
vistazo alrededor, esperando que nadie escuchara
aquello.
—Deja de
incordiarme, mujer.
—De mujer
nada. Soy tu madre, esta es mi casa y en
ella se respetan mis normas. Si no quieres, te buscas otra.
— Está bien.
Tú ganas por esta vez – dio un golpe en la mesa y se levantó.
—¡Atila, pues ten
más cuidado! Desde que os dedicáis a
arrancar la hierba, el verde no sale de la ropa. ¿Es qué no podéis matar como
los romanos? ¡Ellos si son civilizados!
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