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Mostrando entradas de febrero, 2015

Pablo o el sabor de la venganza.

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     Soy Mariló y confieso haberme alegrado una vez  de la desventura de mi hija. Tal vez suene dramático  y se me vea como a una mujer perversa, pero no es así. Solo es el momento de resarcimiento  que buscamos todas las madres cuando tenemos hijos que resultan difíciles de llevar de pequeños, que cometen una trastada  tras otra y se pasan la infancia poniéndonos las cosas difíciles.  Porque, señores,  niños terribles haberlos hay los, como las meigas.      Empezaré mi relato por el final. Hace unas semanas acudí a Madrid a ver a mis nietos: Nicolás de ocho meses y Pablo, el protagonista de esta historia, que tiene dos años.

Reencuentro

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Anciana  - Carlos Bruscianelli Torrealba Anciano - María Teresa Araz Ibañez      Le vi nada más entrar y el corazón me dio un vuelco. Nunca imaginé que cuando volviera a tropezarme con Pedro sería en la sala de espera de un consultorio médico. Aún recordaba la última vez que supe de él o mejor dicho, que no supe porque no se presentó. De eso hacía ya cuarenta años y pico. ¿Me reconocería al igual que yo a él?, me pregunté inquieta. Yo no era la de antes, pero él tampoco.  Miré a mi hijo que me acompañaba y al verles juntos comprobé que mi memoria era muy buena, ambos se parecían mucho.      Avancé por la habitación apoyada en mi muleta, una fiel compañera desde que me colocaron la prótesis en la cadera, y me senté en el banco al lado de su silla de rueda;  a simple vista no pareció reconocerme. Una joven auxiliar le sostenía la mano con gesto cariñoso. Llevaba en el bolsillo superior del uniforme el logo de “Monte Perdido”, una residencia cercana.

Los lamentos del Moro.

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El lamento del moro- Francisco Padilla      En lo alto de una loma, unos jinetes contemplaban desolados la ciudad que habían dejado atrás. Uno de ellos, el más joven, lloraba e intentaba atesorar todos los colores y matices que habían conformado el paisaje de su vida y la de sus antepasados hasta aquel momento.      —¿Por qué lloras? ¿Te sientes culpable por perder lo que es nuestro?      —Sí madre. He fracasado y vos conmigo. Ya no queda nada por decir. Debí haber hablado antes pero obcecado por el poder no vi que me llevabais a la ruina. ¿No deberíais sentir pesar vos también?      —Eres hijo y nietos de sultanes. Poseías el reino con mayor esplendor de la tierra conocida y  no has conseguido mantenerte  en el trono. Mira la hermosa vega llena de frutales que rodean el palacio más imponente jamás construido y la ciudad que se rindió a tus pies y ahora, debemos abandonar todo. ¿Hijo mío, a dónde iremos? ¿Cuál será nuestro destino? ¿Dónde reposaran mis pies ya cans