Flamenco
Bailaor con giro de brazos - Vicente Escudero (1928) |
Miro al cielo oscuro cubierto de una alfombra de rutilantes
estrellas. Es el día de San Lorenzo, cuando las perseidas, en su fugaz huida, cruzan
la bóveda celestial convirtiendo en realidad nuestros sueños. Tal vez por eso
no se cumplen casi nunca, son demasiado rápidas para que los deseos puedan
alcanzarlas.
Hoy es mi debut en el festival flamenco que tiene lugar en los jardines del Parque de
María Luisa. En el camerino agito los brazos esperando desentumecer los
músculos. Salto unas cuantas veces y flexiono las rodillas otras tantas al tiempo que tomo aire y lo expulso de manera pausada; necesito quitar el peso que me oprime
el pecho. Mientras me visto, voy memorizando cada paso, cada
movimiento, la esencia de mi actuación. Cierro los ojos y busco en mi interior
intentando visualizar los ensayos, que de tanto repetir, se han grabado a fuego
en mi cabeza; nada debe fallar.
Una vez acabo con mi arreglo me santiguo, encomendándome a
aquella que sé que va a echarme un capote, y me dispongo a esperar mi entrada en el escenario. Han regado. El aroma a hierba fresca se mezcla con el que desprende un jazmín que sirve como telón de fondo a la tarima donde actúo. A un lado han colocado
una reja enmarcada de flores. Por un momento
vuelvo a otro lugar, a otra reja
y a otro tiempo e imagino a mi
morena detrás de ella, abriendo la ventana y lanzando un beso que atrapo de entre sus largos dedos con solo
el roce de los míos; el recuerdo me ha tranquilizado. La luz de los farolillos y el calor de la
noche, al contacto con la humedad que
desprende el césped, forman una bruma ligera que da una sensación de irrealidad.
Uno de los técnicos
me hace un gesto; ha llegado la hora. El
rasgueo de una guitarra rompe el silencio y yo avanzo hasta el centro del
escenario. Cabeza alta, mirada al frente, cuerpo rígido y botas firmemente
asentadas, a la espera del sonido de una voz
que me ponga en movimiento. Me abstraigo de todo lo exterior y me meto
en un mundo solo de sensaciones. Cierro todos los sentidos, excepto el del oído,
y abro mi corazón; es lo único que necesito para comenzar.
Oigo el eco quejumbroso y desgarrado del cantaor que llora
su amor perdido. Mis pies lloran con él, se dejan llevar por esa emoción y se
mueven solos. El taconeo enfadado ante el desprecio; más pausado por la soledad; un repiqueteo alegre por una sonrisa. Me olvido de todo lo
ensayado y mis sentimientos salen a
través de mis botas y me arrastran.
Cuando termino y los ecos de las guitarras quedan en
silencio, me detengo; pero mi pena continúa. Esta noche se me han olvidado los
pasos tantas veces ensayados. Bailé solo para mi morena que ya no es mía. Miro al
cielo al recibir los aplausos de los asistentes. "Devuélvemela", le pido a una
estrella, que veloz cruza el firmamento. Rezo. Le rezo a ella, a mi mujer: "Gracias,
por todos esos momento que me diste y perdón por no haber pensado que tu vida
podía ser tan corta."
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