El sin techo
Auto retrato existencial - autor Germain Mag |
Me detuve ante
un escaparate en el que un maniquí lucía un bonito esmoquin. “Yo un día vestía así”, pensé casi con añoranza. Entonces, me fije en mi imagen reflejada en el cristal: sucio, desarrapado, barba poblada y tristeza en unos ojos que mantenía ocultos tras los pesados párpados. Había aprendido a
mirar la vida a través de una rendija, dolía menos. Iba a seguir caminando, cuando oí mi voz; mi reflejo en el cristal del escaparate me hablaba.
«—Sí, soy yo, o mejor, soy tú,
¿te extrañas? Al fin y al cabo vives en un mundo donde todo es posible; el alcohol
lo permite, ¿verdad? Ayer te preguntaste cómo alguien podía llegar a tu situación. La respuesta la sabes, te
ha ocurrido a ti, ¿verdad?
»Hace tiempo, cuando aún podías
tener salvación, intentaron convencerte de que eras una víctima del alcohol,
más bien fue al contrario, ¿no crees? Convertiste al alcohol en tu víctima, abusando
de él sin parar. Te aprovechaste de todo lo que una copa de vino, un vaso de ginebra
o un tequila podían ofrecerte, y asumiste sus efectos sin pestañear. Tienes ante ti el resultado.
»De qué manera has llegado a esta
situación, a dormir bajo un puente
siendo uno de los arquitectos más importantes del país, no tiene ningún mérito.
Tú solito conseguiste dar el salto en muy poco tiempo.
»Fiestas donde el alcohol corría
por las mesas a la velocidad que tarda el camarero en escuchar las comandas. Eventos que se regaban con vino o
cava, la mayoría de las veces, sin venir a cuento. Comidas de negocios que
acababan con las consabidas copas. Después, al llegar a casa, te servías otra casi sin pensar; actos reflejos de la vida que llevabas. ¿Qué
daño podía hacer algunas más? Ninguno, te mentías una y otra vez. Hasta que
llega un momento que te cuesta levantarte por las mañanas. Necesitas
combustible, un poquito más de alcohol, solo para despertarte y empezar a
funcionar. ¿Cómo evitas las malas caras de la familia o sus reproches? Los
bañas en más alcohol y dejas de ver con
claridad; la bendita bruma que todo lo tapa. Un día tras otro las personas que
te quieren aguantan, hasta que llega un
momento que dicen basta; tal vez aquel en el que tu mujer te quiere echar una mano para llevarte a la cama y de un
empujón la dejas sentada en el suelo.
Después te vas, o te echan, es lo
de menos. La familia se niega a verte y esa pequeña pena la tapas con vasos de ginebra,
tequila, ron…qué más da.
»Aún tienes
dinero y te mantienes, pero no tardas mucho en despilfarrarlo. Noches de farra
con seudo-amigos que te dejan tirado en la calle, cuando ya no puedes caminar. Y
comienzas a despertarte entre contenedores de basura, oliendo a vómito. Aún así
te dices que no pasa nada. Y sigues…
»Un día, metes la tarjeta en un
cajero y se queda con ella; tu cuenta está en números rojos. Ya hace meses que
decidiste no ir a trabajar, ¿para qué? “¡Es una pérdida de tiempo, que produzcan otros!”, te oíste decir alguna vez entre juerga y juerga. Ahora te
das cuenta de que ya no te queda nada. Vuelves a tu casa, algo sereno, intentando
pensar qué hacer y te sorprendes porque no hay luz. Tal vez no pagaste la
factura. ¿Y ahora qué?, una botella de
ginebra te dará la solución al problema. Pero te equivocas de nuevo. En las
botellas no existen las soluciones, solo sirven para adormecer los problemas.
»Llega el momento en que un señor
trajeado acompañado de un par de policías, te informan que acumulas deudas
importantes y se quedan con tu casa. Todo lo demás viene rodado. La familia, a
la que te negaste a oír cuando todo te iba bien, ahora te vuelve la espalda. Te exigen condiciones.
Cambia, te piden. ¿Cambiar para qué? ¿Cambiar el qué? Tú no necesitas cambiar,
estás bien; son ellos los que deben adaptarse a tu ritmo. La soberbia que da el alcohol
habla por ti y vuelves a perder.
»En aquel instante, entiendes que
estás solo y durante un corto espacio de tiempo te mantienes consciente y haces propósitos de enmienda, que
no llegan a sustanciarse, porque entonces encuentras a otros como tú, que
comparten contigo el vino barato y los cartones que te resguardan del frío. Y
te conviertes en uno de ellos. Seres al margen de los seres, invisibles.
Todo su mundo y el tuyo se reduce al interior de una botella.»
Bajé los párpados, todo lo que había escuchado dolía. Cuando volví a mirar al cristal del escaparate, mi reflejo
estaba en silencio; solo sus ojos me reprochaban la vida
que me había fraguado y de la que no había marcha atrás. "Demasiado sobrio", pensé
Me di la
vuelta y seguí caminando con la mano abierta en busca de unas limosnas; un pedigüeño que esperaba de alguien unas
monedas destinadas a comprar una botella del bendito líquido adormecedor de
verdades.
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