La institutriz
werrington Park - J. Owen. |
Mary bajó del carruaje. El cochero, después de depositar la
maleta a su lado, subió al pescante y azuzó a los caballos, desapareciendo por
el mismo sitio por el que había venido.
Nadie había salido a recibirla y permaneció de pie a la entrada sin
saber muy bien qué hacer. Indecisa, contempló el que sería su hogar durante
los siguientes meses: Ashley Hall, la mansión de Sir James Rufford. Con admiración echó una ojeada a todo lo que alcanzaba la vista.
Se fijó en los bien cuidados jardines, a los que se podía acceder por paseos
limpios de malas hierbas, franqueados
por setos muy bien podados y árboles que cobijaban del sol. Había bancos de
piedra situados de trecho en trecho. Un
lugar muy apetecible en los que
descansar después de un paseo o para disfrutar de un buen libro a la sombra de
aquellas enormes frondas. Más allá, un
bosque cubría todo el horizonte cerrando la propiedad a miradas indiscretas.
La mansión tenía una
formidable fachada clásica. Un par de
columnas sustentaba un tejadillo que encapuchaba una puerta señorial de doble
hoja con enormes aldabas de bronce bien pulidas y abrillantadas. Se accedía a
través una escalera de piedra, desgastada por el uso. Según la prensa, aquella casa había acogido a lo más granado de la sociedad
londinense e, incluso, la familia real había tenido a bien hospedarse en ella.
Todo eso se había acabado con la muerte prematura de Lady Rufford, la esposa de
milord.
Debido a la viudez del conde, la habían contratado
como institutriz de sus hijos, Peter y Susan, de 6 y 8 años respectivamente.
Esa era la razón por la que Mary se
encontraba allí. Existía otra, pero ésta sólo la conocía ella.
pintura de Adrian Carpentiers |
Mary no pudo creer en su buena suerte cuando el periódico
publicó un anuncio solicitando una institutriz para Ashley Hall. Cursó una
misiva a la agencia de colocaciones adjuntando certificados sobre su
experiencia y esperó impaciente una respuesta. Una semana más tarde, recibió un
mensaje en mano en el cual se la citaba para una entrevista.
En la reunión, además de sus obligaciones le comentaron de
pasada que no era la primera niñera en
ostentar el cargo en los últimos años. Haría la número dieciséis. Al preguntar las razones de los abandonos de las
demás institutrices, le indicaron el carácter reservado de la información y que
sería Sir James quien diera las explicaciones pertinentes, siempre y cuando
aceptara el empleo. Ahora bien, necesitaban su contestación en un plazo breve
dada la urgencia de la situación. Mary, después de vacilar unos segundos,
aceptó.
Después de salir de la agencia y se encaminó hacia la Biblioteca, lugar en
el que solía pasar mucho tiempo. Buscó la sección donde se guardaba los
periódicos intentando encontrar noticias sobre todo lo relacionado con la mansión de los Rufford.
Se sentó a ojear el
diario que se hallaba encima de la mesa. Miró
la fecha 13 de mayo de 1890. Hacía tres
meses de la publicación. En la página
de sucesos aparecía una foto de la
mansión con una pequeña reseña sobre el aniversario de la muerte de lady
Rufford. Mary leyó con atención el artículo. Iba a guardarlo, cuando algo llamó
su atención. Acercó más la página a su cara y se levantó de un salto. Corrió a un estante en busca de una lupa y examinó la fotografía que aparecía en el periódico. El asombro se dibujó en su
rostro siendo sustituido por un rictus de preocupación. Vigilando que nadie
la sorprendiese, arrancó la hoja del diario y en el lateral anotó la fecha.
Mary volvió al presente al advertir que ya no se encontraba sola. En lo alto de
la escalinata había aparecido Sir James con los dos pequeños. La joven les observó mientras bajaban los escalones
que los separaban de ella.
pintura de Joshya Reynols |
El pequeño Peter era el vivo retrato de su progenitor,
aunque sus ojos mostraban calidez y la amplia sonrisa sí invitaba al
acercamiento.
Susan se asemejaba a
un querubín salido del cuadro de Joshua Reynols. El pelo rubio peinado con
graciosos tirabuzones y los ojos claros debían ser herencia materna. Mary pensó
que cuando creciera se convertiría en una joven muy hermosa que partiría el
corazón a multitud de pretendientes.
A llegar junto a ella le presentaron su respeto y
conversaron unos minutos sobre el viaje y
si no le había resultado demasiado
gravoso. Después, los pequeños permanecieron fuera jugando, mientras los dos
adultos se encaminaban al interior de la
casa.
Cuando subía las
escaleras Mary sintió un escalofrío y giró la cabeza encontrándose con los ojos
de los niños fijos en ella. Unos ojos que destilaba
maldad. Se paró en seco y cuando Lord Rufford se volvió, sus hijos cambiaron la
expresión por una angelical.
Si no fuera porque en la fotografía del diario había visto a
su hermana en lo alto de la torre norte, en una fecha que se la daba por
desaparecida, habría corrido de allí como alma que llevara el
diablo. Pero, a pesar de todo, decidió quedarse.
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