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Mostrando entradas de mayo, 2015

Terremoto

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Reloj de arena - Fernando Cruz de Castro      Amontonados y acobardados esperaban el terremoto que de un momento a otro removería su universo. Nunca sabían cuándo iba a acontecer, aunque era un hecho recurrente en sus agitadas vidas.      Todos querían evitar ser los primeros en caer al vacío cuando el vórtice se abriera bajo ellos. Su existencia quedaba reducida a una espera y la consabida sensación de vértigo que venía después.      Por fin sucedió. Su mundo tembló y comenzó la rápida caída; un tobogán hacia ninguna parte.      —Esto es un reloj de arena, mide una hora exacta —escuchó un amnésico grano que intentaba sujetarse a la pared de cristal, otra vez.

Hablar de más

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En la sala todos estaban pendientes de las palabras del reo. Había cometido un crimen atroz. —¿Por qué lo mató? —le preguntó el juez El acusado le miró con gesto aburrido. —Dijo un par de palabras de más —fue su escueta respuesta. —¿Por eso le mató? ¿Por un par de palabras…? —Fue algo más. Esas dos palabras cambiaron su destino y  ahora, el mío. —Aclárelo,  por favor —le ordenó el juez.  Necesitaba comprender  antes de condenarlo  a la silla eléctrica. Aunque la decisión la tenía tomada de antemano. —«Yo no le maté»,  me dijo. Si se hubiera quedado ahí, asunto zanjado.  Sin embargo, decidió continuar y saltarse las reglas. «Yo no le maté,  pero colaboré.»

Viaje iniciático.

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Burgos - Ilustración del libro de David Pintor "Camino de Santiago" Ya está todo listo. Dentro de la mochila meto lo último: el itinerario. Esta va a ser mi primera peregrinación a Santiago de Compostela. Mi amigo Rafael, el único que tengo, me ha hablado de parajes y senderos increíbles que en esta época, final de la primavera, son todo un espectáculo. Haré el viaje aconsejado por él, que ya lo ha realizado en otras ocasiones. Le di vueltas a  si no sería arriesgado meterme entre bosques sin más arma que un bastón de senderismo; el mundo está lleno de gentuzas. He estado a punto de no ir, pero tras asegurarme mi amigo que cada pocos kilómetros hay pueblos y policías a los que recurrir si me encuentro en problemas, decido continuar con el proyecto. De todas maneras dejaré las tarjetas en casa y pasaré de hablar con los desconocidos. ¡A saber qué clase de personas son!

La boda de Pompeya.

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Ruinas de Pompeya - Obra de Juan M. Rodríguez Botas y Ghirlanda Publio Emilio Lúculo, desde el jardín de su casa, contemplaba el Vesubio. Aunque la montaña parecía seguir igual que  en los últimos cuarenta años que llevaba viviendo a su lado, algo le decía que estaba cambiando. No sabía qué era, solo era una sensación de desasosiego  que le envolvía cada vez que la miraba. Aquella mañana, precisamente, había visto, como una pesada roca se deslizaba lentamente por su falda. Eran señales inequívocas de que el dios, que la montaña albergaba en sus entrañas, se estaba despertando. Sería peligroso estar cerca si ocurría.     A la hora de la cena, recostado en el  triclinio, observaba silencioso a su mujer Octavia y a sus dos hijos:  Marcelo,  un hombrecito de doce años y Pompeya, una preciosa jovencita de 14 con el cabello del color del trigal en el tiempo de la siega.